En las elecciones europeas de ayer 25 de mayo, una
amplísima mayoría del electorado se decantó por opciones diferentes a las del
bipartidismo tradicional. Bien por la triste opción de no votar – llámese
desencanto, desinterés, lejanía con las instituciones europeas o lo que sea – o
por fuerzas políticas diferentes a las dos que llevan alternándose en el poder
sin solución de continuidad durante las últimas décadas, las responsables del
patético estado de nuestro país y de que la clase política sea clasificada de
manera consistente entre las máximas preocupaciones de los ciudadanos en cada
oleada del CIS.
Los resultados dejan un mensaje claro: necesitamos una nueva manera de hacer
política. La democracia no puede seguir siendo un cheque en blanco para que unos
representantes que no se representan nada más que a sí mismos y a sus intereses
se dediquen a hacer lo que quieran durante cuatro años, rodeados de todo tipo de
esquemas de corrupción generados y alimentados por ellos mismos, beneficiándose
ellos y beneficiando a sus amigos con los recursos públicos de todos, y sin
prestar la menor atención a los deseos e intereses de aquellos que tuvieron la
ocurrencia de votar por ellos.
La democracia es otra cosa. El vínculo entre representantes y representados
es fundamental: tenemos que ser capaces de trazar perfectamente lo que aquellos
a los que hemos votado hacen con nuestro voto: a quién o quiénes benefician, en
virtud de qué intereses hacen lo que hacen o dictan las leyes que dictan, por
qué razones firman lo que firman. No hay decisiones impopulares, hay decisiones
mal explicadas. Queremos y reclamamos explicaciones y transparencia constantes,
comunicación… RESPETO. No es tan difícil de entender.
Lo que tenemos no es una democracia, es una partitocracia, una casta solo
preocupada por sostenerse a sí misma. Necesitamos que muchos de los sistemas que
llevan tiempo funcionando en otras industrias lleguen a la política. Evaluación
constante, exclusión inmediata de quienes no están a la altura, y un sistema de
poderes y contrapoderes que no esté lastrado ni sesgado. Necesitamos que la
disrupción llegue a la política. Este país reclama una ley electoral que
verdaderamente represente en las cámaras lo que los ciudadanos votan en las
urnas, que unos políticos preparados y no corruptos respondan a quienes les
votaron, que los jueces sean verdaderamente independientes, y que existan
controles ciudadanos para la exigencia de responsabilidad política en todo
momento.
Algunos mensajes tardan en calar… pero terminan calando. Edans
martes, 27 de mayo de 2014
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