Seguro
que en más de una ocasión se habrán preguntado ustedes por qué
los periodistas aguantamos de forma estoica ruedas de prensa en las
que no se permiten preguntas, o porqué hablamos con un respeto que
bordea la veneración a algunos políticos, o porqué nunca aparecen
noticias negativas de algunas grandes empresas, de algunos grandes
banqueros; de los grandes, en general. Si se han planteado alguna vez
estas cuestiones, más de uno habrá llegado a la respuesta correcta:
por miedo. Es mentira que el periodismo sea el cuarto poder, en todo
caso lo son los medios de comunicación, de los que los periodistas,
salvo honrosas excepciones, somos la simple voz de su amo.
Es
mentira que el periodismo sea el cuarto poder, en todo caso lo son
los medios de comunicación, de los que los periodistas, salvo
honrosas excepciones, somos la simple voz de su amo.
Siento mucho si
alguno de ustedes, que lo dudo, nos tenía en un altar, pero a los
periodistas nos gusta comer casi todos los días y, a muchos, incluso
beber. Por eso hay tanto periodista maleable, dócil, e incluso
sumiso. Viene esto al caso, que se estarán preguntando ustedes el
porqué de tanta autoflagelación, por la noticia que este viernes ha
saltado a las portadas de los medios de comunicación en la que Iván
el Terrible,
más conocido entre nosotros como Pablo Iglesias, afirma que “los
medios de comunicación tienen que tener control público”. Tiene
el líder de Podemos la teoría de que una democracia en la que la
inmensa mayoría de los medios de comunicación están en manos de
multimillonarios, no es exactamente una democracia. Es decir, que si
los poderosos controlan la información, controlan también en gran
medida el voto. Eso vendría a explicar el extraño fenómeno de que
haya tanta gente que vota en contra de sus propios intereses.
La declaración de
Iván, perdón, de Pablo, ha despertado la ira entre los voceros
oficiales de la profesión, que se han lanzado como perros de presa
(que es exactamente el trabajo por el que les pagan los señoritos)
contra el melenudo profesor universitario y a favor de una pretendida
libertad de expresión. Más que contra la libertad de expresión, el
eurodiputado de Podemos ha cometido, a mi entender, una falta de
expresión. Yo no creo que los medios de comunicación deban tener un
control público, sino que el poder público debe ser garante de la
libertad de expresión. En un mundo basado en la libertad de mercado
(a costa del resto de libertades), resulta improductivo intentar
poner freno a la propiedad. Un multimillonario, mientras sigan
existiendo, siempre encontrará la manera de sortear ese pretendido
control público, que, además, no será necesariamente más
democrático.
La clave del asunto
es crear unos potentes medios de comunicación públicos que queden
libres de la presión del poder político de turno. No es una tarea
sencilla, pero tampoco imposible. El periodismo, precisamente por el
poder que tienen los propietarios de los medios de comunicación, es
la profesión liberal menos regulada de cuantas existen. A diferencia
de lo que ocurre con abogados, médicos o ingenieros, cualquiera
puede ejercer como periodista en nuestro país, haya estudiado o no
la carrera universitaria y esté o no colegiado. Escapando del
control que los colegios ejercen en otras profesiones, los
propietarios de los medios pueden manipular con absoluta libertad,
ellos sí, el ejercicio de la profesión. En periodismo, como en la
abogacía o en la medicina, los colegios profesionales tienen un
código deontológico que sus afiliados deberían seguir, pero como
en nuestro caso no es necesaria la afiliación para ejercer, su poder
es nulo. Un cero a la izquierda. Si, por poner un ejemplo, Jiménez
Losantos (no licenciado en periodismo) hubiera escogido ser médico,
además de licenciarse en medicina tendría que estar
obligatoriamente colegiado, lo que implicaría que debería cumplir
el código deontológico de su colegio profesional y que en el caso
de empeñarse en operar las apendicitis por el lado izquierdo, cuando
como médico debería saber que la putrefacción se produce, salvo
contados casos, en el lado derecho, sería expulsado del colegio y,
por lo tanto, no podría ejercer como médico.
Deberían ser, pues,
los colegios profesionales los que controlaran la buena praxis del
periodismo en los medios públicos. Y los poderes políticos deberían
limitarse a proveer la financiación necesaria para que éstos
pudieran competir en igualdad de condiciones con los privados. A
partir de ahí, la libertad debería ser de los ciudadanos para
elegir el medio de comunicación por el que desean recibir la
información. Estoy convencido de que ante la oportunidad de poder
elegir un licenciado, que se rige por un código deontológico
aprobado por la inmensa mayoría de la profesión, sólo los idiotas
escogerían un curandero que es capaz, por desconocimiento o por
interés económico, de sacarte el apéndice por el lado equivocado.
José
Antonio Pareja
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