Han pasado ya 30 años desde que sufrimos aquella tragedia, y pasaran muchos más… y en nuestra memoria continuar viviendo en el recuerdo de aquel niño que nos cautivó con su sencillez la alegría y la bondad … elementos que vibran en nosotros transportándonos su recuerdo.
Se desveló el misterio doloroso y de la flor de la amargura brotaron, nuevos pétalos amargos manchados de sangre. El filo del cuchillo traidor, segó el tallo más hermoso y nuevamente la crueldad acampó en la tierra virgen. Un crimen horroroso fue la primera noticia que conmovió al mundo desde que el hombre puso sus pies en este planeta y desde entonces no han cesado lo gritos de pánico y verterse sangre inocente.
La muerte de Emilio José nos ha llenado el corazón de lágrimas de amargura. También, de incertidumbre y rabia. Con él hablé de lo humano y lo divino, del ser o no ser del hombre; de la libertad y de la ausencia de ella; del amor y el desamor de los seres humanos. De todo ello, siempre deduje, que su proyecto más inmediato era vivir con toda la fuerza y vitalidad que le caracterizaba.
Fue un joven afable, carismático, alegre, sociable y bondadoso. Su destino no pudo depararle peor suerte, y yo, ¡pobre de mí! siempre le dije que la vida era muy larga y en su largo camino.
Había tiempo para todo. ¿Existe el mañana? ¿Qué es el presente? ¿Qué es la vida?... Demasiadas interrogantes a discernir cuando todavía no sabemos bien qué somos. Con su muerte trágica a todos se nos rompió un trozo de ilusión y de esperanza.
A Emilio José lo mató la crueldad, la envidia, el odio, la ceguera, la ambición, la mentira, la hipocresía, el rencor, la brutalidad. La mano criminal que asestó el golpe mortal, fue empujada por los agentes que siembran la desdicha y la desolación en el apocalipsis humano. La crueldad que acabó con él, se ha visto multiplicada por mil en el corazón del pueblo y ha provocado que gentes pacíficas, clamen, por el «ojo por ojo» y «diente por diente» y no es bueno que haya más odio y sí, mayor justicia. ¿Existe el mañana? No lo sé. Pero tenemos la santa obligación de apostar por él con la esperanza de lograr una sociedad mejor, porque, si no, ¿qué sería de todos nosotros los que en esta hora presente nos embarga la tristeza y el dolor?
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