El paso de
la vida con todas
sus consecuencias individuales nos acercaron
a nuestros principios que siempre estuvieron cercanos al
hábitat cultural que nos rodeaba. La
religión siempre estuvo
perenne y apareció en las
actividades que nuestro club de
la juventud, que ante la
imposibilidad de poder ejercer los líderes
políticos en la dictadura el
canal religioso de sacerdotes comprometidos fueron los
más colaboraron con la
juventud. Hay nombres que jamás
se olvidaran como
el inolvidable Padre Coello por ser el
más cercano.
Primer concurso
de cuentos navideños, del Club de la
Juventud 1956-57
Francisco Máñez Iniesta
Jesús había nacido. El manto celeste de la fría
noche cubría todo el nacimiento acompañado por las sonrisas felices de las estrellas. Había pasado
un día. La segunda noche el
portal fue más concurrido, pues hubo más calor
y canticos de
alabanza.
Nuevas gentes se
disponían hacer la visita. Juan emprendió el camino por
las sendas serpenteadas de
las montañas. Caminaba contento, alegre, confiado. Parecía que había olvidado el
miedo a los malhechores asaltantes nocturnos. Miraba hacia
el cielo con la ingenuidad y el
desconcierto del gran misterio
que le
acobijaba Pensó. “Ha nacido para
redimirnos, para elevarnos hacia donde El viene”. Tansolo tiene 24 horas y ya su presencia alivia y conforta. Pronto llegaré.
Caminando
se cruzaba con otras gentes que se disponían a recoger el ganado con gente abatida
por el cansancio. Los
conocidos le preguntaban “ ¿ a dónde vas Juan ? y el respondía jubiloso “ a la cueva”, a confortarme y agradecer su presencia, pues Dios ya ha nacido”.
Algunos le acompañaron
esperanzados.
Santiago,
hermano de Juan, también se dispuso a
salir aquella segunda noche. Terminó el trabajo, puso se su mejor
traje con su flamante corbata y
salió en busca de sus
amigos. Tal vez los
encontraría en la cafetería , pues aquella noche
tenía prevista una juerga que
duraría hasta el
amanecer. Cogió su coche 600 y salió disparado en busca de la noche.
Mientras
conducía con cautela, pues un intenso
tráfico le asediaba, pensó en
las rarezas de su
hermano Juan. No comprendía
a su hermano. El que tantas veces ha salido de
noche con él; decir que iba a visitar a visitar al recién
nacido y precisamente aquella segunda
noche de Navidad, con lo bien que
se pasaba.
A la hora prevista se encontró con los amigos y
empezó la gran
noche, según ellos el Whisky y la
Ginebra era lo que más les confortaba y decidieron probar estos licores
en todos los cabarets y salas
de fiestas que visitaban.
La noche
transcurría lentamente y Juan en
la cueva conversaba con los
pastores que iban llegando. Estos hablaban contando
que habían visto a unos Magos guiados
por una estrella de brillante que preguntaban por el niño. Esta
noticia corrió de grupo en
grupo, alterando la paz reinante.
Juan les decía que no temiesen que nada malo les
podía acontecer, pues ver una
estrella de plata no
significaba nada ante la presencia
del Salvador.“Alegraros hermanos y
cantad Hosanna porque hemos encontrado una razón porque
vivir y luchar.”
Cada vez el
cuenta kilómetros del coche de
Santiago marcaba más velocidad,
entre risas y
gritos se movían al paso con las
botellas de licores. Iban medio disfrazados, burlescos, excitados y
atrevidos y cantaban y cantaban sin
cesar la última canción de moda.
Que gozo
estar en Belén, y sentir la presencia
de ese cuerpo, que une con amor a los demás cuerpos. Sentir el aroma de las hierbas
fresca. De ayudar a la lavandera
a llevar el capazo de las ropas al rio. Calentarnos con el
fuego de las hogueras de los pastores recogidos.
Ver la estrella de Oriente radiante en los cielos. Escuchar las canciones
ingenuas de los caminantes. Beber el agua del pozo que
está al pie de la montaña. Guiar a la
oveja pequeña extraviada al
rebaño. Ordeñar la vaca oronda
para llevar leche a los niños.
Santiago presentía
que algo inevitable iba a
suceder. Sentía el deseo del vómito con la mente turbada; el cuerpo extenuado y un
frio sudor bañaban su frente. En un momento de
lucidez pensó. “Debía de
haberme ido con mi hermano
Juan. Él ahora se sentía feliz.
Tal vez el ir a Belén sea
el único momento feliz que haya
en la vida. Señor perdóname.”
Las sirenas de la
ambulancia rompía el estrepito
de la noche de la ciudad. Había
ocurrido lo inevitable. Un accidente
mortal. Santiago se acercó a su
hermano y este al verle tuvo una
gran alegría su corazón. ¿Cómo has llegado? le preguntó
Juan. Este repuso. “Tuve un accidente y
nada pudieron hacer los médicos por mí. Solo
Él lo hizo. Tuve momentos antes de fenecer, un minuto de lucidez y comprendí. Por eso estoy aquí.”
Ambos
se dirigieron hacia la
cueva y postrados ante el niño
dieron gracias y fueron bendecidos por el
Señor.
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