F.
MÁÑEZ INIESTA -ABRIL 2001
Evaristo Plá Medina le estalló su corazón repleto de tanto amor, cuando
todavía los ecos de la llamada del pregón flotaban en la noche más esperada.
Por eso, cuando la luz del nuevo día inundó de alegría el alma del pueblo, su
presencia imprescindible - siempre alegre por las calles del pueblo - su
figura arrogante se tornó en amarga sombra enlutada ante los ojos vidriosos
de todos aquellos amigos que sabían bien de sus luchas, victorias y fracasos.
Dedicó su vida a los suyos y a su pueblo por encima de cualquier otra
apetencia. Vanas apetencias, comparadas con mejorar su familia y la sociedad
que le rodeaba.
Evaristo le gustaba estar con las gentes del pueblo, su peculiar melódica voz
rezumaba confianza, amistad, afecto y logró el aprecio de los que entonces
éramos casi niños cuando nos hacía reír y pasarlo bien actuando como
embajador en aquellas estrafalarias embajadas de la Chusma. Trabajó mucho con
los niños en sus años jóvenes, instruyéndolos en su academia Virgen del
Remedio... en el Frente de juventudes entrenándolos para el deporte...
sacándolos a la montaña a través del Centro excursionista que él
fundara...También, ya de mayores, introduciéndolos en el mundo de la
literatura, procurando que se esforzaran en escribir sobre el pueblo cuando
fue director de la revista Festa y la de Moros y Cristianos, y sobre todo
trabajó muy duro en la comparsa de Moros viejos cuando ya adulto emprendió la
tarea de directivo marcando su estilo en la comparsa que fue gran parte de su
vida, luchando denodadamente en mantener su personalidad y grandeza de
siglos, pues no en vano los moros viejos fue la primera comparsa de la
fiesta, cuando la soldadesca se encargada de hacer la "función"...
la fiesta de Moros y Cristianos.
Evaristo
siempre supo que su comparsa tenía valores muy importantes e idiosincrasia -
como a él le gustaba definirla - que había que defender ante el carnaval del
todo vale que se atisbaba. Seguramente fue severo con su comparsa y se le
reprochó quizá demasiado, aunque también se le reconocieron sus méritos
nombrándolo Presidente de Honor. Fue el valiente paladín que lucho siempre
por mantener los valores que desde el principio de la fiesta de San
Bonifacio, marcaron la fuerte personalidad de nuestra fiesta y de los Moros
Viejos que todos aplaudimos. Ese, en mi opinión, fue su gran éxito, que
también remarcó en tareas de la Unión de Festejos trabajando al unísono con
hombres de valía de Luis Vera, José Navarro e Hipólito Navarro, auténticos
patriarcas de la fiesta.
Su
inesperada muerte fue un duro golpe del que todavía no nos hemos repuesto y
su entierro fue la mayor manifestación de cariño y afecto hacia él y su
desconsolada familia. A este hombre que tanto dio a su fiesta, el elenco
directivo le privó de los reconocimientos de justicia necesarios para
gratificarle; allá ellos y su conciencia. Murió un festero moro viejo, su
Presidente de Honor y su comparsa con multitud de coronas de flores
alfombraron las calles precediendo el féretro. Voluntariamente, la banda de
música Virgen del Remedio, como reconocimiento a su amor a la fiesta, se
brindó a acompañarle mostrándole, y mostrándonos a todo el pueblo, que un
hombre de su grandeza no podía celebrar sin música su última entrada.
En esos
duros momentos había que estar con él y los suyos e incluso. después de la
misa de difuntos en su adiós para siempre, en el último adiós con el corazón
roto, cuando la epopeya humana ya ha culminado , cuando el cuerpo destrozado
vuelve a la tierra madre, voltear las campanas de júbilo, como así se hizo,
por aquél que tanto amó y luchó por San Bonifacio y su fiesta, fundiendo el
dolor con la alegría, y el pésame a su familia con la felicitación por haber
tenido un hermano, un padre, un esposo de imborrable recuerdo, porque es
cierto que morir habemos, más si en ese momento supremo su gente le llora y
aplaude su vida, los salmos funerarios se tornan mágicamente en cánticos de
gloria.
Presiento
que cuanto he comento va ha ser el sentimiento de este pueblo de nuestros
amores durante la explosión de júbilo de nuestros Moros y Cristianos. Sé, que
cuando veamos algún moro viejo, veremos al amigo Evaristo. Sé, que cuando
pase su comparsa lo veremos al final de ella pendiente de la capitanía. Sé
que el entrañable y dolorido Higinio - Cabo de toda la comparsa - apenas
podrá aguantar la emoción por su permanente recuerdo. Y también sé, que
cuando pase su desconsolada filá, el aplauso emocionado de todo el pueblo de
Petrer, le brindará su afecto.
Sobre alfombra de lágrima y flores
desoladas,
Llevado a hombros de sus mejores fieles,
Sonó la música ante su cuerpo consumado,
Envuelto con la bandera verde que también fue sudario,
“Mas, el tañido de la campana fúnebre,
Se tornó en el canto celestial que abrió las puertas del Cielo,
Mientras un coro de ángeles, como sucediera con aquél Gran Príncipe,
Elevaron su cuerpo hacia las puertas del Paraíso”.
" ! Ah, si él hubiese ocupado
el trono,
Sin duda hubiera sido un excelente monarca! "
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