Cuando el resto de europeos comen entre las doce y la una de la tarde, nosotros lo hacemos a partir de las dos, es más, tardamos entre 40 y 60 minutos, mientras nuestros vecinos lo hacen en unos 20 minutos. ¿En qué se traduce esto? Somos menos productivos (aunque trabajemos más tiempo), comemos más y peor (dos platos y postre todo junto no hacen bien a nadie) y dormimos menos. En definitiva, no aprovechamos nada el día.
¿Y por qué este desfase en los horarios?
Podríamos pensar que influyen el clima, la situación geográfica o incluso el idioma, pero no, no tienen nada que ver en el asunto. De hecho, hasta los años 30 del pasado siglo, en España se comía y se cenaba antes. Es más, según el profesor de historia de la Universidad de Sevilla, Manuel Romero Tallafigo, “si viajamos siglos atrás, la población campesina (la española en su mayoría) empezaba a trabajar cuando salía el sol y terminaba cuando se ponía, por lo que se levantaban muy temprano, almorzaban sobre las doce (el verdadero mediodía) y cenaban entre las siete y las ocho, al terminar la jornada. Así, nuestro tiempo lo regía el sol”.La mudanza de horarios y costumbres llegó en el siglo XX, como nos cuenta Romero Tallafigo, “el huso horario se cambió en 1942 para adecuar nuestro reloj al de los alemanes en los primeros años del régimen de Franco”. ¿El resultado? Cuando el Sol está más alto en el cielo, es decir, a las 12 del mediodía según la hora solar, los relojes españoles marcan las 13:30. Por lo cual, no es que comamos tarde, ¡es que tenemos el reloj adelantado! Esto, sumado a la extensión del horario laboral durante la posguerra (muchos españoles se vieron obligados a coger dos trabajos para poder mantener a su familia) nos acostumbró a hacer una comida fuerte sobre las dos y a cenar mucho más tarde, al salir del segundo trabajo. De ahí también, lo de irnos a dormir con más demora que nuestros vecinos europeos.
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