A dibujar un mapa que no me pertenece y que otros trazan por mi. No me resigno, pero no sólo a eso, sino también a:
- Esperar a que abran puertas por mi.
- Obtener permiso.
- Agachar la cabeza y asentar sin preguntar que podría pasar si no hago caso.
- Creer que debes haber nacido con un don especial para cambiar las cosas.
- Cualquiera no puede hacer que sus sueños sucedan.
- No hacer cosas que no sé y aprenderlas.
- Llevar mi vida a un lugar donde no haya playa.
- Temer a la incertidumbre.
- Admitir que no tengo miedo a nada.
- Memorizar lo que hay en un libro de texto.
- Cumplir con las normas basadas en la estandarización.
- Encajar en un sistema que luego te ignora como a todos.
- Categorizar o encasillar a las personas.
- Dejar que la intensidad se escape por el rabillo del ojo izquierdo mientras me ducho.
- No fallar por hacer algo nuevo.
- Seguir instrucciones que te dicen cómo actuar, cómo ser y qué decir si algo va mal – o bien.
- Depender de un profesor, jefe o cliente.
- Pensar que mi trabajo es mandar tweets o publicar fotos en facebook.
- Parafrasear lo que un estudio de Nielsen ha dicho y no lo que yo pienso y creo.
- Evitar colocarme en la línea de fuego más prominente.
- Ser invisible o unánime en la falta de feedback.
- Trabajar para todo el mundo.
- Intentar complacer a los críticos.
- Vivir una vida que no me hace feliz.
- Dejar pasar la vida sin extraer hasta la última gota de su jugo.
- Ignorar a la vocecita que llevo dentro de mi.
- Aceptar que la gente no debe ser empujada más allá de lo que nunca antes nadie le había empujado.
No me resigno a no adueñarme de todo
aquello que sé que puede marcar la diferencia.
Nunca es tarde para no resignarse de
aquello que no sientes tuyo, resígnate y haz algo por cambiar el resultado.
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