Aquí les dejamos con el texto íntegro del pregón:
“Señor Alcalde, señor presidente de la UNDEF, estimada presidenta de la Unión, abanderadas, señoras, señores, amigos (porque esa es mi consideración hacia vosotros).
En
primer lugar debo, y quiero, expresar públicamente mi agradecimiento a
la comisión organizadora de este pregón por haberse arriesgado a mi
nombramiento como pregonero porque pienso firme y sinceramente que hay
voces mejor templadas que la mía para esta labor.
Bien, empiezo. Cuando colaboré junto con otros amigos del Club de la
Juventud en el montaje del primer pregón de fiestas, poco podía imaginar
entonces, ni aún en mis sueños más desmedidos que cincuenta años
después y ya abuelo, estaría un día ocupando esta tribuna como
pregonero. Mas, como dice el saber popular ,“nunca es tarde si la dicha
es buena”, y la dicha amigos míos, en esta ocasión, es infinitamente más
que buena. Porque como petrerense y festero es un privilegio y uno de
los más grandes honores, si no el mayor, ser pregonero de nuestra fiesta
de moros y cristianos, la nostra festa de Sant Bonifaci.
Aceptado el cargo, puesto a la labor y frente a la primera pantalla en
blanco del editor de textos, me enfrenté al primer dilema: «¿De qué
hablaré?», porque en los cincuenta años de andadura cumplidos por el
pregón, excepto del sexo de los ángeles, se ha hablado de todo. Tras
darle muchas vueltas opté por hablaros de mi concepto de la fiesta, pero
inmediatamente tropecé con una dificultad puesto que mi concepto de la
fiesta como, supongo, el de cualquier festero, nace de los sentimientos,
y aquí sí tuve crudo el asunto porque, creedme amigos míos, ponerle voz
a los sentimientos es muy difícil y estaréis de acuerdo conmigo si os
digo que ante un sentimiento sincero cualquier palabra por hermosa que
sea siempre parece que no acabe de expresar lo que nace en el corazón.
Pero, como todo lo que nace del corazón acaba saliendo por la boca hecho
voz, dejé llevar mi pensamiento a donde me condujese mi corazón, y en
mis circunstancias era inevitable que me llevara a evocar los primeros
pregones que, por cierto, se celebraban en la mañana del Día de las
Banderas. Al recordarlos digo, volvieron a mi pensamiento las fiestas
de aquellos ya lejanos años, tan distintas, tan diferentes y sin
embargo tan iguales a las de hoy (si se me permite la contradicción) y
volví a revivir los sentimientos hacia la fiesta del que era entonces un
jovenzuelo.
Eran años en los que las fiestas quedaban circunscritas a los tres
días tradicionales con el prólogo del Día de las Banderas; años en que
los cuartelillos, que hoy se toman como excusa “sine qua non”, aún
estaban en sus balbuceos; cuando la fiesta se hacía tanto en la calle
como en los hogares, en donde ésta entraba en su recta final después del
Día de las Banderas con la preparación de los inevitables rollets, madalenes y almendraos, y con las madres, abuelas o esposas repasando aquellos trajes de los abuelos que ya habían lucido los hijos y ahora, entranlis un poquet,
iban a lucir los nietos. Y por parte de nosotros, los festeros:
comprobando las pilas del farolillo de la procesión; limpiando los
arcabuces heredados de los abuelos y llevándolos a revisar al taller de
Nicolás Muñoz «Tobías», previo pago de una peseta; encartuchando la
pólvora (aún estaban a años luz en el futuro las cantimploras
homologadas). Encartuchándola digo, en los cartuchos que adquiríamos en
la llibreria de Milio, que éste elaboraba en papel de periódico, eso sí, de la mejor calidad. Cartuchos que luego se llevaban a los actos de tiro en calderes de
hojalata tapadas con una manta, en unas condiciones de seguridad que
hoy pondrían los pelos de punta a la pareja de la Guardia Civil. Eran
años en los que nuestra joven «honrilla festera» nos impulsaba a
disparar como posesos en las guerrillas donde quizá en nuestra
imaginación nos viésemos un poco como verdaderos soldados de Flandes
entrando a saco en Gante o ante los muros de Breda. Años sin filás
constituidas oficialmente y en los que la organización de las comparsas
en las Entradas se limitaba a llegar al punto de partida y, todo lo
más, preguntar a otros festeros: “¿Me pose aquí en vosatros?”. Si los
festeros que nos dejaban acompañarles eran de los que nosotros
considerábamos «de solera», entonces desfilábamos con un orgullo que
casi nos reventaba por las costuras del traje. Mi filá, «Els
inquisidors», tuvo su origen entonces poniéndonos en la fila en la que
salía Santiago «el de Morregales» y con él y el resto de mis amigos
vengo compartiendo la fiesta desde hace casi cincuenta años.
Entonces ya nos tomábamos como serio asunto de amor propio detalles
como el de pegar la volta en las Entradas, amén de asistir a todos los
actos, aunque esto último siempre lo habíamos dado por hecho. Y aunque
en aquellos años la demografía local estaba creciendo, en la fiesta
veíamos siempre «las mismas caras, los mismos paños», como decía una
vieja canción de los Estudiantes. En fin, eran años en los que la
fiesta, sin perder un ápice de lo lúdico y festivo que jamás le ha
faltado, era más de pueblo, más íntima y, quizá por eso, más sentida.
Pero fueron cambiando las caras, y aquellos festeros a quienes
queríamos emular: “el ample”, “el Moll”, “Pepito el gafas”, “caboli”,
“el rollero”, “els mangues”, “Elías Bernabé”, “Rafelet”, “Pepe Pina” y
tantos y tantos otros que para nosotros siempre habían estado ahí, poco a
poco fueron diluyéndose en el tiempo. Y también, con el tiempo, fueron
desapareciendo aquellos viejos y abigarrados «paños» de antaño con
aquellos bordados en los chalecos de moro representando un moro al
asalto del castillo o un oasis del desierto con camello incluido, o
aquella variedad de cintos de flamenco con pocas o muchísimas filas de
botones. Todos fueron estandarizándose poco a poco para ser sustituidos
años después en las Entradas por las heterogéneas indumentarias de
nuestras filás de hoy día. Y los de mi generación, que en
cuestiones de fiesta queríamos comernos el mundo, fuimos pasando a
asumir cargos directivos hasta entonces impensables para festeros de
nuestra edad (jocosamente se nos bautizó como «los niños prodigio»).
Y la fiesta, como algo vivo que es, fue cambiando. Se incorporaron
actos que los festeros fueron imaginando o importando, porque la fiesta
no puede ni debe quedar anquilosada y de espaldas a las realidades que
imponen tiempos y circunstancias. Y así, fueron llegando los cambios,
que comenzaron precisamente con el más traumático, el traslado de la
fiesta a fin de semana. Proliferaron las filás femeninas con
derechos iguales a todos los festeros, si es que alguna vez les
faltaron. Y gracias a las mujeres, la comparsa Tercio de Flandes pudo
lucir en las guerrillas la figura de las cantineras, ausentes de la
fiesta durante más de cien años; fueron, también, ocupando cargos
directivos hasta llegar al presente donde la máxima representación de
nuestra fiesta la desempeña una mujer. Vieron la luz dos nuevas
comparsas, los Fronterizos y los Berberiscos, hoy con su cuarto de siglo
cumplido; se realizaron las primeras grabaciones de música festera y
las primeras piezas compuestas por músicos locales (espero perdonaréis
mi presunción si cito que los pasodobles «Amor», dedicado a mi hija, y
«Tista», dedicado a Juan Bta. Navarro, mi padre, fueron unas de ellas).
Se recuperó la antigua Ambaixada de la Chusma como Ambaixada en Valenciá.
Con el esfuerzo de todos y tras no pocos tira y aflojas, se edificó la
Casa del Fester sin la cual hoy sería impensable la Unión de Festejos.
Con mejor o peor fortuna se «importaron» las Entraetas. Se puso en
escena el acto de la Rendició, y la Festa dels Capitans. Vino
también el Desfile Infantil, prefigurado primero por la comparsa de
Beduinos e impulsado luego por la de Tercio de Flandes en su primer
centenario, y un sinfín de cambios menores que dejo de enumerar por no
ser prolijo pero que ya forman parte del acervo de nuestra fiesta. Y
ante todos estos cambios tan debatidos y discutidos en su día, como todo
en nuestra fiesta, solo me cabe repetir lo que decía el que fue mi
mentor festero, Hipólito Navarro: «lo que es de veres important es fer la festa».
Y es verdad, lo importante ante todo es hacer la fiesta pero sin
perder el norte, respetando siempre su liturgia. Sí amigos, su
liturgia, porque en paralelo a la liturgia religiosa que se le debe a
nuestro santo patrón, y de la que en el año pasado dimos cumplida cuenta
en su 400ª aniversario, la fiesta tiene, permitidme la expresión, una
liturgia pagana que debemos respetar ante todo o de lo contrario
caeremos en el tremendo error de hacer de nuestra fiesta algo vulgar sin
sentido propio, sin pulso, sin alma o más grave aún, una carnavalada
absolutamente vacía de contenido. Esta liturgia a respetar, más allá de
horarios e itinerarios, yo la veo en aquello que marca la forma en que
se entiende y se realiza nuestra fiesta. No me voy a extender intentando
explicar que formas dan a nuestra fiesta su sello distintivo, pero es
evidente que están ahí y que todos las conocemos. Todos sabemos
distinguir al primer golpe de vista si, por ejemplo: los movimientos de
un cabo son de Petrer o no; si un traje está confeccionado en Petrer o
fuera de Petrer; si alguien marca el paso como en Petrer o como en otra
población, etc. etc. En resumen, todo un sinfín de detalles
inaprehensibles y difíciles o imposibles de poner por escrito pero que
conocemos sobradamente y hacen que, entre todas las fiestas de Moros y
Cristianos, sólo haya una Festa de Sant Bonifaci. Todo en su conjunto
forma parte de la con-cepción de nuestra fiesta nacida, precisamente,
del sentimiento festero.
Dije antes que nuestra fiesta de hoy es distinta y es igual a la
fiesta de antaño: es distinta por todo lo que ha ido incorporando en
estos años y es igual por algo fundamental, el sentimiento. No ese
sentimiento monolítico y excluyente de antaño cuando como tirios y
troyanos, güelfos y gelbinos, blancos y azules, cambiarse de comparsa
era poco menos que dar pie a que fueras repudiado de tu familia.
Pero sí, quiero creer que aunque quizá algo atenuado, el sentimiento
sigue ahí. ¿No se percibe en la alegría de la Entrada de las músicas?
¿En el pasodoble Petrer? ¿En la Bajada del Santo? ¿En las Entradas? ¿No
existe incluso en los más pequeños? Sí, se ve en el Desfile Infantil. Se
ve en los más pequeños que más serios que bala, van con su espadita al
hombro, haciendo la guerra por su cuenta, y cogiendo el portante toman
la delantera y acaban enseguida. ¿No se ve en los cabos de escuadra, que
con una seriedad que deberían envidiar algunos mayores, pone su joven
talento en hacer debidamente su papel? Eso es porque sigue
existiendo un sentimiento festero, si no en ellos aún sí en sus mayores
que sin ningún género de duda lo han sabido transmitir a sus hijos. Y
sublimando este sentimiento infantil ¿No existe quintaesenciado en
nuestras rodelas? Sí, el corazón entero se vuelve ternura cuando vemos a
esas pequeñas realizar sus giros ante el disparo de su capitán:
seriecitas, preparadas, aguardando en su mirada expectante algo que va a
pasar y que al estruendo del arcabuz, desgranan su baile y corren con
una sonrisa de alivio al beso de su capitán.Al festero que tiene la
dicha de ser padre de rodela se le cae el corazón de sentimiento al
verlas por la noche, rendidas por el sueño, con una sonrisa revoloteando
en sus labios ¿Qué guarda la sonrisa de esa niña? ¿Alegría? ¿Sueños?
¿Ilusión? Sentimiento.
Y si aún así, alguien puede poner en duda el sentimiento en la
fiesta, pienso honestamente que está equivocado. Solamente hay que
mirar a este escenario para ver que ese sentimiento existe. Ahí lo
tenéis plasmado en nuestras abanderadas. Muchas veces el sentimiento de
ese sueño infantil, ha ido creciendo con la niña que quizá hubiera sido
rodela y llega a su clímax cuando un día, ya hermosísima joven, dice
aquello de «pare vullc ser abanderada». Creedme que, para el
festero, quizá sea uno de sus momentos culminantes de su vida como tal.
Porque a partir de ese momento entra en su casa un frenesí de alegría
del que todo el mundo es partícipe. Porque ser abanderada no es cuestión
de los días de la fiesta, pues desde la bajada de la ermita hasta
entonces hay una fiesta en su casa que apenas trasciende al público:
diseños, trajes, telas, medidas, coser con las amigas y vecinas que
gozan con nosotros, sentirse arropados por los amigos de nuestras filás… y
tanto y tanto. No son días, es todo un año de alegría, de expectación
por los días grandes que se avecinan y, al final, la sublimación de
todo en cinco días inolvida-bles, tan inolvidables que cuando pasan,
cuando aún se percibe en las calles el aroma salitre de la pólvora, se
tiene como una sensación de orfandad emocional, como si de repente
faltara algo esencial. Pero no hay que entristecerse por ello, porque
cuando se es abanderada, si se siente, no es para un disfrute de cinco
breves días. Pasarán los días, pasarán las risas y pasarán también las
lágrimas, pero jamás pasará el recuerdo. La prueba de ello tendréis
ocasión de verlo si un día, pasado el tiempo, una hija vuestra es
abanderada. Cuando disfrutéis con ella de esa primera salida del
viernes, cuando impongáis vuestra corbata conmemorativa a la bandera que
sostendrá vuestra hija, entonces notaréis como si un puño forrado de
terciopelo os oprimiera el corazón y os quitase un latido, y en ese
latido perdido, en ese brevísimo instante, volverán a vuestra memoria
todos los momentos vividos cuando fuisteis abanderadas. Volverán todas
las vivencias de aquellos días en los que fuisteis la admiración de
propios y extraños. Volverán rostros y anécdotas que quizá hubierais
olvidado. También, inevitablemente, volverán los recuerdos de personas y
personitas que disfrutaron con vosotras y que ya no están, pero al
recordarlas con cariño será como si volvieran a vivir de nuevo y lejos
de ser un recuerdo triste, será un recuerdo vivo y alegre porque las
habréis hecho revivir de nuevo. Quiera Dios que un día tengáis la dicha
de verlo.
Y a todas vosotras, abanderadas de 2015, las que estáis a punto de
sentir el beso de un hada en vuestra frente, que dijo el poeta,
disfrutad de los días que se avecinan, haced de cada momento de la
fiesta un momento inolvidable, saboread cada nota de música, cada
instante, cada segundo de los días maravillosos que vais a vivir. Dejaos
llevar por la alegría de los pasodobles o por la candencia de las
marchas moras. Por-tad la bandera de vuestra comparsa con toda vuestra
alegría pero con toda la dignidad que se merece, pues con vuestra
bandera va la dignidad de la comparsa, de todos los festeros y de la
fiesta entera y, aún más, la seña de identidad de todo un pueblo.
Sonreíd, sonreíd siempre y poned en vuestra sonrisa toda la alegría y
sentimiento de ser abanderada. Sí, regaladnos vuestra sonrisa en todo
momento, y en los desfiles, en los acompañamientos, en todos los actos,
con vuestra sonrisa arrojad también vuestro corazón festero a las gentes
de Petrer y a nuestros visitantes. Sed el maravilloso escaparate de la
fiesta, y el limpio espejo de las festeras y las mujeres de Petrer. Y no
olvidéis nunca que sois abanderadas de Petrer.
Ahora, con vuestro permiso, voy a dar cumplimiento a la tarea a la
que me comprometí al aceptar mi cargo. Y vaig a fer-ho en la meua
llengua en la llengua que jo estime y en la que estime la festa i a tot
alló que vullc. Anuncie a tots els presents i als que me vegueren o
senqueren en cualsevol mig dce comunicació que de aquí en 33 díes, el
dijous 14 de Maig, día de Sant Bonifaci, comensarán en Petrer les festes
de moros i cristians en honor al Sant. Ixiu amics y veins de Petrer a
disfrutar de la festa. Veniu gents de altres pobles a coneixerla. Veníu y
asombreuvos en el esclat de alegría del Pasodoble Petrer. Admireu la
marcialitat y el bon fer de les filáes en les Entrades. Deixevos llevar
per l’estruendo dels arcabusos, cuant la pólvora pert els seus atibuts
de fiera pera tornarse en grit de pau en els guerrilles u oració en la
baixada del Sant. Saboretxeu el brillant espectacle del Desfile d’honor.
Admireu la riquea dels trajes y el sonriure inigualable de nostres
abanderades baix el maravillós sol del mes de Maig i, per damunt de tot,
veniu a disfrutar de la hospitalitat de tot un poble que tendrá els
portes obertes de par en par pera tots aqells que mos visiten en pau. I
en l’hora de vostra despedida, si quedeu satisfets, mos considerarem
molt ben pagats si mos acompañeu en un grit ¡Vixca Petrer! i ¡Vixca per
sempre la festa de Sant Bonifaci!”
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