RICOS Y POBRES
Francisco Máñez Iniesta
Ni aquél vizcaíno ni yo, hubiésemos imaginado nunca el alcance de la polémica suscitada que se planteó a raíz de mi artículo anterior titulado" El Vizcaíno " en el cual se me planteo el alto coste de la fiesta para una gran parte del pueblo trabajador.
Saltó la liebre: ¿Verdaderamente, tenemos una fiesta prohibitiva para muchos bolsillos? ¿Nos exige la fiesta sacrificios desmesurados? Sin duda el planteamiento es altamente interesante y lo deseable sería que este debate no acabase como agua de borrajas, que es como termina, aparentemente, casi todo lo concerniente a estos temas lúdicos.
El planteamiento de que nuestra fiesta es un lujo y ofrece la negación a vivirla a personas con verdadera "alma festera", pero con escasos recursos económicos, es evidente, máxime si hay varios miembros de una misma familia inscritos a ella. Lamentablemente, todos conocemos a grandes festeros, que han tenido que dejarse la fiesta porque les ha sido imposible hacerle frente a sus cuantiosos gastos.
En este aspecto, todos somos culpables o inocentes por haber llegado a este estado, como consecuencia de nuestro afán apasionado y desmesurado por engrandecer nuestra fiesta que tanto queremos sin detenernos a pensar si en el fondo no le estábamos produciendo daños importantes.
Todas las civilizaciones y pueblos del mundo celebran fiestas para el disfrute de todos sus miembros, en las cuales las personas puedan despreocuparse de las tensiones de cada día, produciéndose un cambio importante en la personalidad de los individuos. En cierta forma, las fiestas son una terapia colectiva de la sociedad que las disfrutan, y ello, clínicamente, es bueno para la salud mental de las personas que las viven intensamente.
Pero si resulta que, sin darnos cuenta, estamos haciendo una fiesta excluyente, puede que como consecuencia surja otra con paralelas resonancias y ajena a la que hemos heredado, o quizás ya la tengamos frente a nuestras narices sin percatarnos de ello.
Rectores tiene la Unión de Festejos. A ellos les corresponde el abordamiento de este problema capital, pues significativo es, que ya en el año 1821, la Hermandad para la fiesta de Moros y Cristianos, en su primer capítulo, reseñase la obligación perpetua a "celebrar la festividad del glorioso San Bonifacio, Mártir que de inmemorial, se ha celebrado en esta villa con el título de Moros y Cristianos... y que tanto los Pudientes como los Pobres, puedan gozar del honor y desempeñar..."
La Hermandad, que al parecer no tenía un pelo de tonta, concibió una estructura festera cuyo objetivo era cumplir una función social integrando a todas las gentes del pueblo que lo desearan, sin ninguna exclusión, de ahí que todos pagaran la misma cuota y los cargos se determinaban cada año por votación, pagándose de las arcas de la Hermandad todos los gastos festeros.
Con la redacción de estas normas la Hermandad, quería evitar que la fiesta hiciese aguas por el aspecto económico, lo cual conllevaría a un desmembramiento del tejido social con el consiguiente desarraigo de las tradiciones populares, pues, a parte de redactar este primer capítulo tan sabroso, en los sucesivos, se dictan normas para no excederse en los gastos, lo que, de no ser evitado provocaría a la larga, como así ha sucedido, que hayan personas o familias que siendo festeros tengan que quedarse en casa o salir a la calle a ver, con lágrimas en los ojos, pasar la fiesta, como le pasó a mi amigo que se empeñó en hacerme saber- ante la entrada a la plaza de San Bonifacio en la fiesta de 1995- que el era Vizcaíno desde que su madre lo parió, pero sin los suficientes recursos económicos para serlo de pleno derecho. Lo dicho, rectores tiene la fiesta.
Publicado en el Fester Septiembre.1996
No hay comentarios:
Publicar un comentario