Y RECORDAD: “SÓLO TENEMOS EL MOMENTO PRESENTE… MAÑANA DIOS DIRÁ”…
Había
una vez una niña que pertenecía a una familia modesta… dentro de su vida
sencilla desconocía que existían otros niños que podían pasar hambre y otras
necesidades…
Unos
días antes de la Navidad, acudió con su madre a la tienda del pueblo para
comprar todo lo que necesitaban para esa cena tan especial… la cena de
Nochebuena… Todos los años, sus padres, aún siendo simples trabajadores,
conseguían llenar la mesa de platos y manjares, de alegría y cantos de
villancicos… ¡qué noche tan especial!, pensaba la niña, y sentía cómo la
ilusión vestida de impaciencia iba recorriendo su cuerpo como un dulce
hormigueo…
Al
otro lado de la tienda había un niño de su misma edad, miraba con ojos
brillantes los dulces expuestos en esas preciosas e iluminadas vitrinas.
De
repente, una mujer con aspecto triste y cansado pagó su pequeña cuenta: leche,
galletas, pan y mantequilla.
La
mujer tuvo que llamar varias veces al niño absorto ante tal escaparate, cuando
éste giró su mirada, el brillo había desaparecido y se había convertido en dos
lágrimas.
La
niña quedó impactada… llegó a casa y no paraba de pensar en el niño, pasaban
los días y su cabeza volvía a recordarle aquellos ojos…
Por
fin, la noche esperada… y la ilusión le hizo olvidar lo que días atrás no podía
parar de recordar…
Antes
de cenar, salió con sus amigos a pedir el aguinaldo… tocaban a las puertas y la
gente les regalaba golosinas… Pero llegaron a un portal y al tocar salió el
niño a recibirlos, llevaba en sus manos unas galletas, que ofreció con una gran
sonrisa a los demás niños…
Todos
los amigos salieron corriendo en busca de una nueva puerta en la que tocar pero
la niña se quedó observando por la ventana lo que ocurría en aquel hogar… ¡NO
habían sobre la mesa grandes manjares, sólo tazones de leche, galletas, pan y
mantequilla…!
Regresó
a su casa, explicó a su madre lo que había visto y le pidió parte de la cena
que habían preparado para esa noche…
De
nuevo tocó en esa puerta pero, en esta ocasión, era ella la que sonreía manteniendo
entre sus manos una bandeja de dulces y su madre dos grandes platos… Sin mediar
palabras lo entregaron, se miraron y volvieron a casa…
Aquella
fue la Nochebuena más especial de toda su vida… la que jamás olvidó y quedó
impregnada en su corazón…
Los
años pasaron y esta niña se convirtió en una mujer… Cada vez que iba a comprar
añadía a su carrito “algo” para entregar a una asociación local solidaria, que
se dedicaba a repartir alimentos entre las personas más necesitas y sin
recursos.
Aquello
fue un ejemplo para muchas personas, que comenzaron a imitar su generoso gesto…
convirtiéndose aquel pequeño pueblo en un ejemplo vivo de amor hacia los demás…
Pasaron
los años y aquella mujer se convirtió en anciana… una anciana que prosiguió su
viaje con un corazón en paz…
Pero
aquí dejó hijos y estos hijos trajeron más hijos… y como la vida da tantas y
tantas vueltas, lo que un día está arriba, mañana puede estar abajo y así fue…
Gracias
al corazón blanco y puro de aquella mujer, sus biznietos también pudieron
celebrar la cena de Nochebuena porque… todo lo que damos se nos es devuelto de
muchas maneras, simplemente hay que estar despiertos para ver la magia sencilla
de la vida y disfrutar de sus maravillosos regalos…
Todos
podemos formar un gran corazón blanco, cuyos latidos lleven la energía del
amor, la tolerancia y la bondad a este pueblo, a otros pueblos… éste sí es el
gran espíritu de la Navidad y, sobre todo, el verdadero espíritu como seres
humanos que somos…
Y
RECORDAD: “SÓLO TENEMOS EL MOMENTO PRESENTE… MAÑANA DIOS DIRÁ”…
Autora:
Inmaculada Vidal Peiró (Psicóloga)
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