COMO
HUMANO  Y CIENTICO FUE   INOLVIDABLE
EN
PETRER.
Al médico Don Antonio Payá, cuya virtudes y gestos humanos derramó durante toda su vida siendo fue ejemplo de experiencia y energía por conseguir la residencia geriátrica, que es ejemplo vivo de cariño y amor a los residentes, con el mismo fervor que el atendía a sus pacientes.
EN MEMORIA DE  DON ANTONIO PAYÁ
Siempre creímos  
que los médicos fieles a su juramento hipocrático son personas
extraordinarias; hombres y mujeres ennoblecidos por la ciencia y por el contacto
con todas las razas humanas con su dolor. Ellos poseen la ciencia de la
humanidad, cierta y  experimentada a
través de los siglos.  Por ello, saben
del  dolor y la esperanza de la vida. La
antalgia fue siempre su ideal sagrado. Ellos saben cómo aliviar y curar todo el
sufrimiento de lo humano.
 Antaño, toda
la ciencia experimental de la medicina recaía en el médico rural, en el médico
de familia. El médico era el amigo de la familia, el hombre de confianza al que
se le confesaba la verdad, el  problema de  cada 
ser  humano con todas sus
implicaciones.
En tiempos pasados,
veíamos al médico caminar de noche, apresurado, tras el hombre sollozando que le
guiaba a la casa de  un nuevo enfermo, o
quizá a la de un moribundo, que no vería el nuevo amanecer. Antaño, muchas
veces, toda la esperanza de la vida recaía en ese médico que caminaba de noche
con su maletín de cuero, y no volvía a su casa hasta que la crisis fuese
superada. Sus jornadas de trabajo fueron agotadoras y todos quedábamos en deuda
con ellos.
 El médico era el mejor amigo de la casa. Él
conocía la casa como si fuese suya. Él, junto a la madre, se sentaba junto al
lecho del enfermo esperando  que  su 
receta fuese un rayo de esperanza, de vida...
El enfermo siempre
esperaba del médico su consejo, la palabra amable que estimulara su pensamiento
fatídico. Antaño, su semblante amable y su presencia era lo primero que iniciaba
la cura.
El médico es quien
juega diariamente la partida de ajedrez con la muerte. Él sabe cómo esquivar su
"Jaque Mate". Él sabe cómo doblegarla y hacerla huir; pero, también,
sabe que tarde o temprano la muerte le presentará su "Jaque Mate"
definitivo, absoluto, ineluctable para 
todos. 
El médico de
antaño, ante esta circunstancia, quedaba abatido por haber perdido la partida
de la vida contra la muerte. También, por haber perdido a un amigo, a quien
sabía que le  estimaba y apreciaba.
Antaño, cuando
acudíamos preocupados a la consulta del médico de familia, él, después de
reconocernos sonreía para que leyéramos en su rostro. En su rostro, lleno de
humanidad, era donde primero se nos informaba de nuestro diagnóstico. Su sola
presencia nos confortaba y aliviaba. 
El médico es el
primero en escribir nuestro nombre en la infinita lista de los muertos. El
médico es el último que nos cierra los ojos definitivamente.El médico es el
primero que nos anuncia si es niño o niña el ser que llega a la vida. El médico
es el último que le da la mano al 
enfermo, cuando la suya apenas ya tiene calor.
El médico, siempre
el médico, en los momentos de alegría y de dolor. Siempre inseparable, desde el
principio hasta el final de nuestra existencia, contagiado de nuestra alegría y
nuestro dolor. Por todo ello, en este acto de reconocimiento a todos aquellos
médicos de familia de antaño, por sus virtudes expuestas, queremos rendir
nuestro homenaje.
En  este  tiempo, ahora en  que un 
virus, casi  invencible, está matando
a media  humanidad. Sirva  este 
modesto   trabajo  como Homenaje 
a   todos los médicos del  pueblo, que 
para  protegerlos nos
comunicámos  ahora  con  
ellos por  vía  telefónica. 
 A  TODO EL CUERPO  SANITARIO- 
GRACIAS

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