lunes, 20 de abril de 2015

Un pregon para recordar.

José María Navarro Maestre

El pregonero tuvo un recuerdo especial para las abanderadas. Imagen de Jesús Cruces.
El pregonero tuvo un recuerdo especial para las abanderadas.
Aquí les dejamos con el texto íntegro del pregón:
“Señor Alcalde, señor presidente de la UNDEF, estimada presidenta de la Unión, abanderadas, señoras, señores, amigos (porque esa es mi consideración hacia vosotros).


 En primer lugar debo, y quiero, expresar públicamente mi agradecimiento a la comisión organizadora de este pregón por haberse arriesgado a mi nombramiento como pregonero porque pienso firme y sinceramente que hay voces mejor templadas que la mía para esta labor.

Bien, empiezo. Cuando colaboré junto con otros amigos del Club de la Juventud en el montaje del primer pregón de fiestas, poco podía imaginar entonces, ni aún en mis sueños más desmedidos que cincuenta años después y ya abuelo, estaría un día ocupando esta tribuna como pregonero. Mas, como dice el saber popular ,“nunca es tarde si la dicha es buena”, y la dicha amigos míos, en esta ocasión, es infinitamente más que buena. Porque como petrerense  y festero es un privilegio y uno de los más grandes honores, si no el mayor, ser pregonero de nuestra fiesta de moros y cristianos, la nostra festa de Sant Bonifaci. Aceptado el cargo, puesto a la labor y frente a la primera pantalla en blanco del editor de textos, me enfrenté al primer dilema: «¿De qué hablaré?», porque en los cincuenta años de andadura cumplidos por el pregón, excepto del sexo de los ángeles, se ha hablado de todo. Tras darle muchas vueltas opté por hablaros de mi concepto de la fiesta, pero inmediatamente tropecé con una dificultad puesto que mi concepto de la fiesta como, supongo, el de cualquier festero, nace de los sentimientos, y aquí sí tuve crudo el asunto porque, creedme amigos míos, ponerle voz a los sentimientos es muy difícil y estaréis de acuerdo conmigo si os digo que ante un sentimiento sincero cualquier palabra por hermosa que sea siempre parece que no acabe de expresar lo que nace en el corazón. Pero, como todo lo que nace del corazón acaba saliendo por la boca hecho voz, dejé llevar mi pensamiento a donde me condujese mi corazón, y en mis circunstancias era inevitable que me llevara a evocar los primeros pregones que, por cierto, se celebraban en la mañana del Día de las Banderas.    Al recordarlos digo, volvieron a mi pensamiento las fiestas de aquellos ya lejanos años, tan distintas, tan diferentes y sin embargo tan iguales a las de hoy (si se me permite la contradicción) y volví a revivir los sentimientos hacia la fiesta del que era entonces un jovenzuelo.

Eran años en los que las fiestas quedaban circunscritas a los tres días tradicionales con el prólogo del Día de las Banderas; años en que los cuartelillos, que hoy se toman como excusa “sine qua non”, aún estaban en sus balbuceos; cuando la fiesta se hacía tanto en la calle como en los hogares, en donde ésta entraba en su recta final después del Día de las Banderas con la preparación de los inevitables rollets, madalenes y almendraos, y con las madres, abuelas o esposas repasando aquellos trajes de los abuelos que ya habían lucido los hijos y ahora, entranlis un poquet, iban a lucir los nietos. Y por parte de nosotros, los festeros: comprobando las pilas del farolillo de la procesión; limpiando los arcabuces heredados de los abuelos y llevándolos a revisar al taller de Nicolás Muñoz «Tobías», previo pago de una peseta; encartuchando la pólvora (aún estaban a años luz en el futuro las cantimploras homologadas). Encartuchándola digo, en los cartuchos que adquiríamos en la llibreria de Milio, que éste elaboraba en papel de periódico, eso sí, de la mejor calidad. Cartuchos que luego se llevaban a los actos de tiro en calderes de hojalata tapadas con una manta, en unas condiciones de seguridad que hoy pondrían los pelos de punta a la pareja de la Guardia Civil. Eran años en los que nuestra joven «honrilla festera» nos impulsaba a disparar como posesos en las guerrillas donde quizá en nuestra imaginación nos viésemos un poco como verdaderos soldados de Flandes  entrando a saco en Gante o ante los muros de Breda. Años sin filás constituidas oficialmente y en los que la organización de las comparsas en las Entradas se limitaba a llegar al punto de partida y, todo lo más, preguntar a otros festeros: “¿Me pose aquí en vosatros?”. Si los festeros que nos dejaban acompañarles eran de los que nosotros considerábamos «de solera», entonces desfilábamos con un orgullo que casi nos reventaba por las costuras del traje. Mi filá, «Els inquisidors», tuvo su origen entonces poniéndonos en la fila en la que salía Santiago «el de Morregales» y con él y el resto de mis amigos vengo compartiendo la fiesta desde hace casi cincuenta años.       Entonces ya nos tomábamos como serio asunto de amor propio detalles como el de pegar la volta en las Entradas, amén de asistir a todos los actos, aunque esto último siempre lo habíamos dado por hecho. Y aunque en aquellos años la demografía local estaba creciendo, en la fiesta veíamos siempre «las mismas caras, los mismos paños», como decía una vieja canción de los Estudiantes.        En fin, eran años en los que la fiesta, sin perder un ápice de lo lúdico y festivo que jamás le ha faltado, era más de pueblo, más íntima y, quizá por eso, más sentida.

Pero fueron cambiando las caras, y aquellos festeros a quienes queríamos emular: “el ample”, “el Moll”, “Pepito el gafas”, “caboli”, “el rollero”, “els mangues”, “Elías Bernabé”, “Rafelet”, “Pepe Pina” y tantos y tantos otros que para nosotros siempre habían estado ahí, poco a poco fueron diluyéndose en el tiempo. Y también, con el tiempo, fueron desapareciendo aquellos viejos y abigarrados «paños» de antaño con aquellos bordados en los chalecos de moro representando un moro al asalto del castillo o un oasis del desierto con camello incluido, o aquella variedad de cintos de flamenco con pocas o muchísimas filas de botones.  Todos fueron estandarizándose poco a poco para ser sustituidos años después en las Entradas por las heterogéneas indumentarias de nuestras filás de hoy día. Y los de mi generación, que en cuestiones de fiesta queríamos comernos  el mundo,  fuimos pasando a asumir cargos directivos hasta entonces impensables para festeros de nuestra edad  (jocosamente se nos bautizó como «los niños prodigio»).

Y la fiesta, como algo vivo que es, fue cambiando. Se incorporaron actos que los festeros fueron imaginando o importando, porque la fiesta no puede ni debe quedar anquilosada y de espaldas a las realidades que imponen tiempos y circunstancias. Y así, fueron llegando los cambios, que comenzaron precisamente con el más traumático, el traslado de la fiesta a fin de semana. Proliferaron las filás femeninas con derechos iguales a todos los festeros, si es que alguna vez les faltaron. Y gracias a las mujeres, la comparsa Tercio de Flandes pudo lucir en las guerrillas la figura de las cantineras, ausentes de la fiesta durante más de cien años; fueron, también, ocupando cargos directivos hasta llegar al presente donde la máxima representación de nuestra fiesta la desempeña una mujer. Vieron la luz dos nuevas comparsas, los Fronterizos y los Berberiscos, hoy con su cuarto de siglo cumplido; se realizaron las primeras grabaciones de música festera y las primeras piezas compuestas por músicos locales (espero perdonaréis mi presunción si cito que los pasodobles «Amor», dedicado  a mi hija, y «Tista», dedicado a Juan Bta. Navarro, mi padre, fueron unas de ellas). Se recuperó la antigua Ambaixada de la Chusma como Ambaixada en Valenciá. Con el esfuerzo de todos y tras no pocos tira y aflojas, se edificó la Casa del Fester sin la cual hoy sería impensable la Unión de Festejos. Con mejor o peor fortuna se «importaron» las Entraetas. Se puso en escena el acto de la Rendició, y la Festa dels Capitans. Vino también el Desfile Infantil, prefigurado primero por la comparsa de Beduinos e impulsado luego por la de Tercio de Flandes en su primer centenario, y un sinfín de cambios menores que dejo de enumerar por no ser prolijo pero que ya forman parte del acervo de nuestra fiesta. Y ante todos estos cambios tan debatidos y discutidos en su día, como todo en nuestra fiesta, solo me cabe repetir lo que decía el que fue mi mentor festero, Hipólito Navarro: «lo que es de veres important es fer la festa».

Y es verdad, lo importante ante todo es hacer la fiesta pero sin perder el norte, respetando siempre su liturgia.    Sí amigos, su liturgia, porque en paralelo a la liturgia religiosa que se le debe a nuestro santo patrón, y de la que en el año pasado dimos cumplida cuenta en su 400ª aniversario, la fiesta tiene, permitidme la expresión, una liturgia pagana que debemos respetar ante todo o de lo contrario caeremos en el tremendo error de hacer de nuestra fiesta algo vulgar sin sentido propio, sin pulso, sin alma o más grave aún, una carnavalada absolutamente vacía de contenido. Esta liturgia a respetar, más allá de horarios e itinerarios, yo la veo en aquello que marca la forma en que se entiende y se realiza nuestra fiesta. No me voy a extender intentando explicar que formas dan a nuestra fiesta su sello distintivo, pero es evidente que están ahí y que todos las conocemos. Todos sabemos distinguir al primer golpe de vista si, por ejemplo: los movimientos de un cabo son de Petrer o no; si un traje está confeccionado en Petrer o fuera de Petrer; si alguien marca el paso como en Petrer o como en otra población, etc. etc. En resumen, todo un sinfín de detalles inaprehensibles y difíciles o imposibles de poner por escrito pero que conocemos sobradamente y hacen que, entre todas las fiestas de Moros y Cristianos, sólo haya una Festa de Sant Bonifaci. Todo en su conjunto forma parte de la con-cepción de nuestra fiesta nacida, precisamente, del sentimiento festero.

Dije antes que nuestra fiesta de hoy es distinta y es igual a la fiesta de antaño: es distinta por todo lo que ha ido incorporando en estos años y es igual por algo fundamental, el sentimiento. No ese sentimiento monolítico y excluyente de antaño cuando como tirios y troyanos, güelfos y gelbinos, blancos y azules, cambiarse de comparsa era poco menos que dar pie a que fueras repudiado de tu familia.  Pero sí, quiero creer que aunque quizá algo atenuado, el sentimiento sigue ahí. ¿No se percibe en la alegría de la Entrada de las músicas? ¿En el pasodoble Petrer? ¿En la Bajada del Santo? ¿En las Entradas? ¿No existe incluso en los más pequeños? Sí, se ve en el Desfile Infantil. Se ve en los más pequeños que más serios que bala, van con su espadita al hombro, haciendo la guerra por su cuenta, y cogiendo el portante toman la delantera y acaban enseguida. ¿No se ve en los cabos de escuadra, que con una seriedad que deberían envidiar algunos mayores, pone su joven talento en hacer debidamente su papel?     Eso es porque sigue existiendo un sentimiento festero, si no en ellos aún sí en sus mayores que sin ningún género de duda lo han sabido transmitir a sus hijos. Y sublimando este sentimiento infantil ¿No existe quintaesenciado en nuestras rodelas? Sí, el corazón entero se vuelve ternura cuando vemos a esas pequeñas realizar sus giros ante el disparo de su capitán: seriecitas, preparadas, aguardando en su mirada expectante algo que va a pasar y que al estruendo del arcabuz, desgranan su baile y corren con una sonrisa de alivio al beso de su capitán.Al festero que tiene la dicha de ser padre de rodela se le cae el corazón de sentimiento  al verlas por la noche, rendidas por el sueño, con una sonrisa revoloteando en sus labios ¿Qué guarda la sonrisa de esa niña? ¿Alegría? ¿Sueños? ¿Ilusión? Sentimiento.

Y si aún así, alguien puede poner en duda el sentimiento en la fiesta, pienso honestamente que está equivocado.     Solamente hay que mirar a este escenario para ver que ese sentimiento existe.     Ahí lo tenéis plasmado en nuestras abanderadas. Muchas veces el sentimiento de ese sueño infantil, ha ido creciendo con la niña que quizá hubiera sido rodela y llega a su  clímax cuando un día, ya hermosísima joven, dice aquello de «pare vullc ser abanderada».  Creedme que, para el festero, quizá sea uno de sus momentos culminantes de su vida como tal. Porque a partir de ese momento entra en su casa un frenesí de alegría del que todo el mundo es partícipe. Porque ser abanderada no es cuestión de los días de la fiesta, pues desde la bajada de la ermita hasta entonces hay una fiesta en su casa que apenas trasciende al público: diseños, trajes, telas, medidas, coser con las amigas y vecinas que gozan con nosotros, sentirse arropados por los amigos de nuestras filásy tanto y tanto. No son días, es todo un año de alegría, de expectación por los  días grandes que se avecinan y, al final, la sublimación de todo en cinco días inolvida-bles, tan inolvidables que cuando pasan, cuando aún se percibe en las calles el aroma salitre de la pólvora, se tiene como una sensación de orfandad emocional, como si de repente faltara algo esencial. Pero no hay que entristecerse por ello, porque cuando se es abanderada, si se siente, no es para un disfrute de cinco breves días. Pasarán los días, pasarán las risas y pasarán también las lágrimas, pero jamás pasará el recuerdo. La prueba de ello tendréis ocasión de verlo si un día, pasado el tiempo, una hija vuestra es abanderada. Cuando disfrutéis con ella de esa primera salida del viernes, cuando impongáis vuestra corbata conmemorativa a la bandera que sostendrá vuestra hija, entonces notaréis como si un puño forrado de terciopelo os oprimiera el corazón y os quitase un latido, y en ese latido perdido, en ese brevísimo instante, volverán a vuestra memoria todos los momentos vividos cuando fuisteis abanderadas. Volverán todas las vivencias de aquellos días en los que fuisteis la admiración de propios y extraños. Volverán rostros y anécdotas que quizá hubierais olvidado. También, inevitablemente, volverán los recuerdos de personas y personitas que disfrutaron con vosotras y que ya no están, pero al recordarlas con cariño será como si volvieran a vivir de nuevo y lejos de ser un recuerdo triste, será un recuerdo vivo y alegre porque las habréis hecho revivir de nuevo. Quiera Dios que un día tengáis la dicha de verlo.

Y a todas vosotras, abanderadas de 2015, las que estáis a punto de sentir el beso de un hada en vuestra frente, que dijo el poeta, disfrutad de los días que se avecinan, haced de cada momento de la fiesta un momento inolvidable, saboread cada nota de música, cada instante, cada segundo de los días maravillosos que vais a vivir. Dejaos llevar por la alegría de los pasodobles o por la candencia de las marchas moras. Por-tad la bandera de vuestra comparsa con toda vuestra alegría pero con toda la dignidad que se merece, pues con vuestra bandera va la dignidad de la comparsa, de todos los festeros y de la fiesta entera y, aún más, la seña de identidad de todo un pueblo. Sonreíd, sonreíd siempre y poned en vuestra sonrisa toda la alegría y sentimiento de ser abanderada. Sí, regaladnos vuestra sonrisa en todo momento, y en los desfiles, en los acompañamientos, en todos los actos, con vuestra sonrisa arrojad también vuestro corazón festero a las gentes de Petrer y a nuestros visitantes. Sed el maravilloso escaparate de la fiesta, y el limpio espejo de las festeras y las mujeres de Petrer. Y no olvidéis nunca que sois abanderadas de Petrer.

Ahora, con vuestro permiso, voy a dar cumplimiento a la tarea a la que me comprometí al aceptar mi cargo. Y vaig a fer-ho en la meua llengua en la llengua que jo estime y en la que estime la festa i a tot alló que vullc. Anuncie a tots els presents i als que me vegueren o senqueren en cualsevol mig dce comunicació que de aquí en 33 díes, el dijous 14 de Maig, día de Sant Bonifaci, comensarán en Petrer les festes de moros i cristians en honor al Sant. Ixiu amics y veins de Petrer a disfrutar de la festa. Veniu gents de altres pobles a coneixerla. Veníu y asombreuvos en el esclat de alegría del Pasodoble Petrer. Admireu la marcialitat y el bon fer de les filáes en les Entrades. Deixevos llevar per l’estruendo dels arcabusos, cuant la pólvora pert els seus atibuts de fiera pera tornarse en grit de pau en els guerrilles u oració en la baixada del Sant. Saboretxeu el brillant espectacle del Desfile d’honor. Admireu la riquea dels trajes y el sonriure inigualable de nostres abanderades baix el maravillós sol del mes de Maig i, per damunt de tot, veniu a disfrutar de la hospitalitat de tot un poble que tendrá els portes obertes de par en par pera tots aqells que mos visiten en pau. I en l’hora de vostra despedida, si quedeu satisfets, mos considerarem molt ben pagats si mos acompañeu en un grit ¡Vixca Petrer! i ¡Vixca per sempre la festa de Sant Bonifaci!”

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