jueves, 3 de octubre de 2019

LAS VOCES DE NUESTRA FIESTA . Selección de Francisco Máñez Iniesta


“HABLAR DE FIESTAS ES MUY   FACIL”

Artículo de   D.  Juan José Navarro Beltrán, 
maestro de escuela, en la 
revista de Moros y Cristianos de 1967



Declaradas nuestras fiestas de interés   turístico nacional, sería conveniente hacer unas consideraciones sobre las
D.Juan José y sus hijos Juan José y Antonio
mismas en atención a esta declaración y en el de las propias fiestas en sí. Los que tenemos cierta edad hemos conocido nuestras fiestas dentro de una modestia que en nada desmerecía a las actuales, en cuanto a entusiasmo; pero que no se podían comparar en cuanto a la brillantez y novedades que, actualmente, en cada año nos sorprenden y admiran. Todo esto de brillantez y novedades creo que encierra un peligro que sería necesario prevenir:

En primer lugar que, la pretensión de cada comparsa de presentar cada año una novedad, debe vigilarse dentro de un estricto sentido de responsabilidad para que no mate o no esté en contra de la tradición que la celebración de las fiestas encierra.
Sé que en lo que las fiestas representan hay muchos anacronismos, pero no los sigamos aumentando y menos exagerándolos para caer en la ridiculez.

No adoptemos modas o innovaciones que hemos visto en localidades cercanas donde celebran las mismas fiestas que nosotros celebramos; allí pueden resultar brillantes, aquí, no.

No quiero decir que vayamos a estacionarnos hasta anquilosarnos, no, lo que quiero decir es que hay que vigilarlo, que hay que adaptar lo más posible a la tradición y, dentro de esto, bien venida cualquier innovación que dé carácter y brillo a nuestra fiesta.

La brillantez de nuestras fiestas es maravillosa actualmente. Todo es un lujo de color y de luz, un desfile deslumbrante de bellezas y buen gusto.

 Nuestras viejas fiestas se han colocado a una altura sin parangón dentro de su clase, reconociéndolo así todas las personas que las admiran, aunque las tengan en sus propias localidades y, cuidado, que esto es difícil de reconocer.

Pero también quiero hacer una llamada sobre esto. También hay que vigilar esta brillantez para que no degenere en opereta, para que no se reduzca todo a un desfile de bellezas, una exhibición de un lujo deslumbrante sin significado y sin sentido, un barroquismo cercano a la vejez, a la decadencia.

Lo que más me preocupa es que todo este lujo y este brillo así como el afán de innovaciones, va atenuando el entusiasmo y diluyendo cada vez más la tradición.

Hoy es más fácil que nunca cambiar de comparsa. Cualquier incidente entre comparsitas, incidente que para mí también es fiesta pero fuera de los días de su celebración, da lugar al cambio de casaca o a intentar formar una comparsa nueva.

Antes se heredaba el orgullo de la comparsa. El hijo empezaba a usar, en sus años de niño, las prendas de la comparsa que el padre usó cuando lo era él. La comparsa era una cosa de la familia y antes de mudar de comparsa, cuando alguien se separaba de la suya, prefería no vestir ni formar en ninguna otra.

 Yo he visto ojillos casi en lágrimas, siguiendo, desde fuera, a una comparsa, pero no formar en otra. Hoy, interesa más divertirse que sentir este dolor y, por eso, se cambia tanto de casaca buscando la que más nos consienta.

Noto que también se ha perdido el orgullo del bando: ser moro o ser cristiano. En mis tiempos y, concretamente, en la hora de la «guerrilla» nadie de un bando pasaría por entre el otro que ha empezado ya a disparar. Se llevaría mucho cuidado porque sufriría las consecuencias a modo de los prisioneros.

 Antes no era fácil llegar al punto de partida de la «guerrilla» pero el que hacía tarde lo procuraba dando verdaderos y a veces molestos rodeos. Todo antes de pasar por entre el bando contrario. Hoy pasa todo el mundo y hasta a veces con su música tocando. Esto es lamentable

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