Francisco Máñez Iniesta
Llegaron procedentes de los cuatro puntos cardinales;con muy poco equipaje, que es como se debe ir por los caminos de la vida para llegar al encuentro del propio destino cuando el castillo empezó a divisarse en la lejanía. La fiesta de Moros y Cristianos les esperaba. Llegaron contentos y felices, Vicente, Carmen, Mario, Luis... todos habían acudido a la cita entrañable para llenarse de alegría y regocijo. Necesitaban el contacto con los suyos, mezclarse con el paisaje de sus sueños en aquellas tierras lejanas donde las circunstancias les concedieron vivir dignamente, aunque tristemente, a veces no fuesen tan dignas. Sé, que durante todo el año, ellos esperan ansiosamente
las cartas de los suyos y de este boletín, que supone tan poco para nosotros y tanto para ellos También sé, que en París, Carmen, se emociona y le brillan los ojos cuando nos lee y espera su jubilación para volverse corriendo.
Les faltaban horas a los días. Hablaban con todos. Querían saberlo todo con detalle. Querían llevarse un poco de cada uno de nosotros para tenernos siempre en sus vidas errantes. A veces les saltaban las lágrimas y nunca dejaban de visitar el cementerio para encontrarse con sus raíces familiares y saber a quienes ya no volverían a ver nunca más. Querían, nuevamente, verlo todo y se alegraban de nuestro progreso y de que no existiesen las rencillas y los odios viscerales d antaño. La reconciliación y la democracia habían sido una bendición. Estaban en supueblo, con su impresionante paisaje, que olía a primaverahúmeda y aromas de flores a hierbas que venían
del monte del Cid; del gran Cid, del coloso pétreo que junto al castillo siempre enmarcaban los clichés de sus recuerdos de infancia.
Los aplausos más fuertes siempre eran de ellos. Los gritos de más entusiasmo, siempre provenían del núcleo de sillas donde había alguno de ellos, emocionado y enloquecido de tanta alegría y belleza. Las músicas les hacían vibrar de contento marcando el compás sobre el asfalto con sus pies... y toda la fiesta era hermosa para ellos; jamás veían ningún fallo.
Todo era perfecto y armonioso. Pero el momento supremo, los instantes más álgidos se centraban ante el encuentro con San Bonifacio; porque, aunque algunos de ellos, no creían en santos y milagrerías, en San Bonifacio veían al testigo perenne de Petrer durante el paso de los siglos y el responsable de días de ilusión y esperanza. La mayoría de ellos conservaban en sus casas, en aquellas tierras lejanas, fotografías del santo, el castillo y del monte del Cid, porque, en verdad, estos símbolos son sus señas de identidad y sabían que si algún día olvidaban su pasado, tarde o temprano, también olvidarían quienes eran.
Luis volvió a desfilar al cabo de seis años; pero esta vez de estudiante, tal vez por no dejar del todo al lado su actividad en la universidad. Fue más pendiente de no perder el paso, que de ver a sus amigosque le aplaudían sorprendidos al verlo con la cuchara en vez de la espada. Quizá pensó, que con aquella cuchara enorme, podría saciar su hambre de contacto humano con los suyos, con los que de verdad le querían y estimaban.
Otros no pudieron venir. Habrá que esperar que pase otro triste otoño y largo invierno, aunque para Jesús en las Islas Canarias le será más liviana la espera. Los que viven en otros puntos de España, esperaron vernos a través de la televisión siguiendo puntualmente los informativos; y este año ¡loado sea Dios! vieron asomarse por el televisor el castillo entrañable, la belleza de las Abanderadas y también a Antonio con su chilaba, que como todos los años, empuja el carro donde van montados los timbales de una música que acompaña la comparsa de los Moros Viejos.
Ahora, ya no están aquí, todos han regresado a sus residencias siguiendo la Rosa de los vientos. Han regresado a sus casas perdidas en las grandes urbes, donde gentes extrañas a sus almas les tendieron una mano y les dieron un abrazo cálido. Porque los seres humanos buenos, o más bien, los que los avatares de la vida les permitió ser buenos , fueron generosos con ellos mitigando suspenas y compartiendo sus alegrías. Adiós hermanos,hasta una nueva cita, siempre que el destino nos conceda volver a vernos , porque ya sabéis , que es a veces es amargo y cruel.
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