Reconozco que con el Ministro Gallardón me he equivocado. Antes de hacerse con
el poder, creí ver en él a una persona de derechas, eso sí, pero de talante
democrático y más o menos progresista, al lado de muchos correligionarios era
casi, casi, de izquierdas, bueno más que serlo lo parecía, de verdad que creía
en él como un político de centro-derecha en el que se podía confiar.
Como otras muchas personas, de diferentes
ideologías, incluidas las de derechas, creía que el futuro de la derecha
democrática en este país pasaba por el ex-alcalde de Madrid y que pese a las
zancadillas que se le ponían desde su propio partido, antes o después llegaría a
liderarlo y con ello, probablemente alcanzaría el Gobierno de España.
Ya lo creo que me he equivocado, el
Partido Popular ha alcanzado el poder sin necesidad de Alberto Ruiz Gallardón y
éste ha logrado entrar en el gobierno, únicamente por obra y gracia de la
voluntad del Presidente, pero solo ha habido que darle una parte de la tarta del
poder para conocerlo mejor y la vena de la derecha más recalcitrante y más
intolerante ha aparecido en escena, sus propuestas: reforma en la forma de
elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial no pintaba bien,
al final ha hecho marcha atrás, pero lo más sangrante es el anuncio de
modificación de la ley del aborto, para volver a convertir a muchas mujeres en
delicuentes por tomar decisiones sobre su cuerpo y su maternidad, ni siquiera el
Sr. Aznar se atrevió a tanto y ello sin esperar a conocer la decisión del
Tribunal Constitucional sobre el recurso que su propio partido presentó, por lo
visto sospecha que pueden darle el visto bueno a la Ley y eso le crearía más
problemas para la reforma que pretende.
Personalmente acepto que la Iglesia no
comparta ni esté a favor del aborto en ningún supuesto, es su derecho y es
legítimo que defiendan sus creencias, cada uno puede estar o no de acuerdo con
ellas, pero se debe respetar como un principio básico en democracia, pero lo que
no es aceptable es que un Ministro, en uso de las facultades que posee en
función de su cargo, y en un Estado aconfesional como es el nuestro, se atreva a
legislar en función de sus principios religiosos. Los políticos deben gobernar
para todas las personas sin distinción alguna y luego, cada uno de nosotros,
haciendo uso de nuestros principios, decidiremos lo que debemos o no debemos
hacer, en el terreno de la ética y la moral, pero ningún partido, ni ningún
político, están legitimados para legislar sobre las conciencias de los
demás.
Lo reconozco, estaba equivocado con el Sr.
Gallardón.
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