Hace diez minutos he acabado de leer esta novela de David Safier (Seix Barral, 2009). Ya es tarde y eso es un buen síntoma de que me ha gustado. Si a eso le añades que he leído 170 páginas entre la tarde y la noche, que no he enchufado la tele (ni me ha hecho falta), ni el ordenador o la radio; es decir, que me he centrado sólo en leer, en continuar leyendo, entonces es que me ha enganchado y bien.
No es una
novela complicada; no hay que esforzarse en seguir la trama. Y además, lo he
pasado bien. No tiene grandes frases, pero sí algunas caídas muy buenas. ¿Y el
final? El final es muy bonito y hay que llegar hasta él.
¿Que de qué va?
Va de una presentadora de televisión de éxito que, en el día en que recibe un
prestigioso premio, sufre un curioso accidente y muere. Como ha vivido muy
centrada en sí misma, va a tener que reencarnarse en otras especies para
acumular buen karma y poder entrar así en el nirvana. La contemplamos
convertida en hormiga, cobaya, ardilla, vaca, perro… Siempre después de una
conversación con Buda. El compañero de camino es Giaccomo Casanova, también
necesitado de acumular buen karma, aunque a él parece no importarle demasiado.
Desde las sucesivas reencarnaciones, la protagonista va redescubriendo aspectos
de su vida y de las personas de su entorno que desconocía. Al final, sólo me da
un poco de pena Nina, ex-amiga de la protagonista y compañera del marido-viudo.
¿Aconsejable?
Por supuesto.
Aquí va un
diálogo entre Buda y Kim Lange, cuando ya debería entrar en el nirvana.
“—Éste es el lugar donde hablo con las personas antes de que vayan hacia el
nirvana.
—¿Ahora entraré en el nirvana?
Buda asintió.
—Pero yo todavía no soy una persona serena, en paz consigo misma. Alguien
que viva en armonía con el mundo y ame a todas las personas del mundo, sin
importar quién o qué son.
—Acumular karma consiste única y exclusivamente en ayudar a otros seres. Y
eso has hecho.
—Pero no he sido precisamente una Madre Teresa… —relativicé.
—Eso no puedo juzgarlo yo. La Madre Teresa era competencia de otro —puntualizó
Buda.
Mis pensamientos formaron un signo de interrogación en mi cabeza.
—La vida posterior está organizada de manera diferenciada —comenzó a
aclarar Buda—. Las almas de los creyentes cristianos son administradas por
Jesús, las de los creyentes islámicos por Mahoma, etcétera.
—¿Etcétera…? —pregunté desconcertada.
—Bueno, por ejemplo, los que creen en el dios escandinavo Odín, van a
Valhala.
—¿Quién cree hoy en día en Odín? —pregunté.
—Casi nadie. Y, créeme, el pobre está muy deprimido.
Desconcertada, imaginé a Odín explicando sus penas en una cena con Jesús y
Buda, y pensando seriamente en contratar a un experto en relaciones públicas
para volver a popularizar la fe en él.
—La vida posterior a la muerte que recibe todo el mundo depende de lo que
creía —concluyó el gordo de Buda desnudo; y me pareció justo.
Todo aquello planteaba una sola cuestión:
—Yo nunca he creído en el nirvana. Entonces, ¿por qué estoy aquí?
—Yo soy el responsable de las almas que creen en el budismo y también de
todas las almas que no creen en nada —respondió Buda.
—¿Y por qué?
—Porque, conmigo, los que no creen no pueden ser castigados por no creer.
Eso era convincente. Si Buda se ocupaba de todos los aconfesionales, los
demás señores no se enfrentaban a la desagradable situación de tener que
condenar almas sólo porque no eran creyentes.”
Pensant i sentint Blog de Fernando Serrano
No hay comentarios:
Publicar un comentario