Si cada vez
que nos topáramos con un obstáculo, decidiéramos abandonar nuestro camino al
éxito personal, no solamente no conseguiríamos nunca alcanzar nuestra metas,
sino qué triste sería el echar a la basura el esfuerzo del camino andado; por
eso, no hay que mirar lo que nos queda por delante, sino el recorrido andado,
los esfuerzos y transformaciones realizados para llegar hasta ese momento. Cada
contrariedad que nos surja, podemos convertirla en un freno o en un reto en el
que tengamos que demostrar cuánto estamos de comprometidos con nuestra
revolución. Cada uno de nosotros tenemos la llave, las claves para abrir la
puerta de nuestra transformación.
Para
franquear los inconvenientes que nos surjan debemos haber alcanzado un gran
nivel de complicidad entre nuestras emociones, nuestras pasiones y nuestros
deseos que nos motive a superarlos; debemos de haber analizado y puesto en valor
los beneficios que lograremos al alcanzar las metas pretendidas. Podemos
situarnos en el trayecto pequeñas metas que se conviertan en hitos que nos
marquen lo acertado de nuestra dirección o las posibles desviaciones a corregir;
tenemos que tener muy presente cuáles son los retos a superar en corto plazo
para los que estemos preparados, y cuáles son a medio y largo plazo, que estamos
dispuestos a afrontar conforme consolidemos nuestros conocimientos y actitudes,
y aumentemos nuestras herramientas para afrontar las posibles dificultades.
Debemos comprometernos, en todo su contexto, con nuestros objetivos de
cambio/transformación, implicando a nuestros círculos más cercanos y sabiendo
que un compromiso va acompañado de obligaciones (en este caso voluntarias),
constancia y esfuerzo; por último, no son válidas las comparaciones con los
demás: todos somos iguales, pero todos somos diferentes; lo que puede ser
motivador o válido para unos, no tiene que serlo para otros y, sobre todo,
debemos de comparar siempre, cómo estábamos, cómo nos comportábamos, cómo nos
manifestábamos ante ciertas situaciones y cómo evolucionamos en nuestras
respuestas conforme avanzamos en nuestro proceso de cambio.
Hasta hoy,
en mi proceso de evolución, he aprendido a relativizar las cosas, reconocer lo
que verdaderamente le da valor a mi vid; profesionalmente estoy más motivado que
nunca, con una capacidad de creatividad y flexibilidad que os aseguro que
anteriormente no alcanzaba; he aprendido la importancia de saber escuchar a los
demás (todo el mundo tiene algo que aportarme); soy mucho más resolutivo y,
sobre todo, y casi sin darme cuenta, me rodeo cada vez más de profesionales con
mis mismas motivaciones y formas de trabajar. Es cierto que mi círculo
profesional se ha ampliado mucho, pero también detecto que las personas tóxicas
abandonan paulatinamente mi vida; simplemente dejo de importarles y dejan de
importarme. He potenciado mi sana actitud de la curiosidad, lo que implica una
mentalidad mucho más abierta, me esfuerzo por compartir risas y juegos con mi
hijo y sus amigos, posiblemente es el ejercicio que más salud mental me
proporciona. Para incrementar mi felicidad y, por tanto, la de las personas a
las que importo y me importan, quiero ampliar mi esfuerzo de generosidad en
actividades que en la actual situación, puedan ayudar a aliviar la situación de
otras personas, sobre todo en su actitud mental , ayudándoles a afrontar las
difíciles situaciones en muchos casos sobrevenidas.
Hace poco leí una historia,
donde un discípulo estaba intrigado y desconcertado, de que su maestro estuviera
siempre sonriente y feliz, fueran cuales fueran las situaciones por las que
atravesaba. Tal era su curiosidad que un día le preguntó:
-
Maestro ¿cuál es el secreto por el que siempre se te ve tan contento y dichoso?
-
Querido discípulo, no hay secreto alguno en esto –respondió el sabio–. Cada día cuando me despierto siempre me hago esta pregunta: «¿Qué elijo hoy? ¿Alegría o tristeza? ». Y siempre escojo alegría.
Es verdad
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