El jueves por la tarde, vienen los músicos, con ellos comienza la fiesta y por tanto es uno de los momentos en que todos estamos más contentos; ha tardado en llegar pero, sabemos por experiencia, que las fiestas se pasan rápido, quizás demasiado, por eso saboreamos con fruición cada minuto previo. El paso de los años trajo, como ocurre a menudo, que dos o tres señores pensaron en buscar un pasodoble que identificara al pueblo, y el maestro Villar lo compuso e Hipólito parió y forzó un texto para que se cantase, y ahora nos encontramos inmersos en un completo marco festero donde la simbiosis entre músicos, festeros, música y canto identifican a un pueblo y a unas gentes.
Pero la fiesta tiene mucha parte de rito, el mío es ir a comer con mis amigos Juan Carlos y Castillo, lejos de la fiestas, saboreando ese tiempo de espera con la ilusión de que dure más. Este año el rito se tiñe, en negro de recuerdos y ausencias y la comida protocolaria será distinta. De vuelta a casa, la siesta reparadora y recoger a mi amigo Vicente y...., deberíamos visitar los dos cuartelillos de costumbre ( el rito ) y dirigirnos al ayuntamiento. Esos 10 minutos previos que trascurren de las 7,50 a las 8 de la tarde tienen sabor y color de amigos y de encuentros felices. Pero este año el rito ha variado. Recogeré a mi amigo Vicente y recogeremos a su mujer, y mi amiga, Reme Millá y la acompañaremos al ayuntamiento, ella dirige el pasodoble Petrer. Y por una vez el rito cambiará.
Y ahora, debería estar recorriendo cuartelillos. El rito de los jueves era no acostarse, de cuartelillo en cuartelillo hasta que la claridad despejaba la noche y "La Mónaco" brindaba el primer zumo y el primer balance. Sin embargo mi rito ha variado y termino la madrugada del jueves, delante del ordenador, acabando de montar las imágenes del pasodoble Petrer y terminando un texto que se empezó a media tarde y se termina pasada la medianoche, con los recuerdos frescos de los momentos vividos. Reme puede sentirse dichosa, porque no siempre, casi nunca, los que trabajan por la fiesta reciben las muestras de simpatía que se merecen y ella se ha zambullido en las aguas claras del afecto de músicos y festeros. Y eso, pocos lo pueden disfrutar. Esta tarde el pasodoble ha sonado más cerca del corazón de todos nosotros y ella dejándose llevar por la emoción nos lo ha hecho llegar con alegría desbordada.
El rito, mis ritos de fiesta, son contados y breves. El jueves antes del pregón cuando las abanderadas acaban su último ensayo y desfilan hasta la casa del fester; las dos vueltas de ritual del Santo en la plaza del ayuntamiento; el enfrentamiento de los capitanes de la media fiesta; el acompañamiento de las autoridades una vez terminada la Santa Misa después del Desfile de Honor; el último arcabuzazo rodilla en tierra a la puerta de San Bonifacio; el lazo de la capitanía en la enseña de la comparsa y las lágrimas de la abanderada cuando cede su bandera. Hay más, algunos más, pero esos son los míos.
Los ritos son cimientos de la fiesta, y algunos son inexplicables, pero son los nuestros. Algunos son compartidos, otros son propiedad de festeros que han llenado de vivencias, de pequeños momentos ceremoniales, los tiempos que transcurren todos los años los cuatro días de fiesta. Fiesta y ritual que hacen que dediquemos nuestro esfuerzo y trabajo para que año tras año, el marco de la fiesta pinte con finos trazos de colores cálidos, momentos fascinantes, amistades perdurables y pasiones desbordadas que nunca serán tan intensas ni tan vividas.
Pablo Navarro
sábado, 19 de mayo de 2012
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