lunes, 7 de julio de 2014

Maldito Lou. Los periodistas queremos pero no siempre Podemos

Seguro que en más de una ocasión se habrán preguntado ustedes por qué los periodistas aguantamos de forma estoica ruedas de prensa en las que no se permiten preguntas, o porqué hablamos con un respeto que bordea la veneración a algunos políticos, o porqué nunca aparecen noticias negativas de algunas grandes empresas, de algunos grandes banqueros; de los grandes, en general. Si se han planteado alguna vez estas cuestiones, más de uno habrá llegado a la respuesta correcta: por miedo. Es mentira que el periodismo sea el cuarto poder, en todo caso lo son los medios de comunicación, de los que los periodistas, salvo honrosas excepciones, somos la simple voz de su amo.

Es mentira que el periodismo sea el cuarto poder, en todo caso lo son los medios de comunicación, de los que los periodistas, salvo honrosas excepciones, somos la simple voz de su amo.

Siento mucho si alguno de ustedes, que lo dudo, nos tenía en un altar, pero a los periodistas nos gusta comer casi todos los días y, a muchos, incluso beber. Por eso hay tanto periodista maleable, dócil, e incluso sumiso. Viene esto al caso, que se estarán preguntando ustedes el porqué de tanta autoflagelación, por la noticia que este viernes ha saltado a las portadas de los medios de comunicación en la que Iván el Terrible, más conocido entre nosotros como Pablo Iglesias, afirma que “los medios de comunicación tienen que tener control público”. Tiene el líder de Podemos la teoría de que una democracia en la que la inmensa mayoría de los medios de comunicación están en manos de multimillonarios, no es exactamente una democracia. Es decir, que si los poderosos controlan la información, controlan también en gran medida el voto. Eso vendría a explicar el extraño fenómeno de que haya tanta gente que vota en contra de sus propios intereses.


La declaración de Iván, perdón, de Pablo, ha despertado la ira entre los voceros oficiales de la profesión, que se han lanzado como perros de presa (que es exactamente el trabajo por el que les pagan los señoritos) contra el melenudo profesor universitario y a favor de una pretendida libertad de expresión. Más que contra la libertad de expresión, el eurodiputado de Podemos ha cometido, a mi entender, una falta de expresión. Yo no creo que los medios de comunicación deban tener un control público, sino que el poder público debe ser garante de la libertad de expresión. En un mundo basado en la libertad de mercado (a costa del resto de libertades), resulta improductivo intentar poner freno a la propiedad. Un multimillonario, mientras sigan existiendo, siempre encontrará la manera de sortear ese pretendido control público, que, además, no será necesariamente más democrático.

La clave del asunto es crear unos potentes medios de comunicación públicos que queden libres de la presión del poder político de turno. No es una tarea sencilla, pero tampoco imposible. El periodismo, precisamente por el poder que tienen los propietarios de los medios de comunicación, es la profesión liberal menos regulada de cuantas existen. A diferencia de lo que ocurre con abogados, médicos o ingenieros, cualquiera puede ejercer como periodista en nuestro país, haya estudiado o no la carrera universitaria y esté o no colegiado. Escapando del control que los colegios ejercen en otras profesiones, los propietarios de los medios pueden manipular con absoluta libertad, ellos sí, el ejercicio de la profesión. En periodismo, como en la abogacía o en la medicina, los colegios profesionales tienen un código deontológico que sus afiliados deberían seguir, pero como en nuestro caso no es necesaria la afiliación para ejercer, su poder es nulo. Un cero a la izquierda. Si, por poner un ejemplo, Jiménez Losantos (no licenciado en periodismo) hubiera escogido ser médico, además de licenciarse en medicina tendría que estar obligatoriamente colegiado, lo que implicaría que debería cumplir el código deontológico de su colegio profesional y que en el caso de empeñarse en operar las apendicitis por el lado izquierdo, cuando como médico debería saber que la putrefacción se produce, salvo contados casos, en el lado derecho, sería expulsado del colegio y, por lo tanto, no podría ejercer como médico.


Deberían ser, pues, los colegios profesionales los que controlaran la buena praxis del periodismo en los medios públicos. Y los poderes políticos deberían limitarse a proveer la financiación necesaria para que éstos pudieran competir en igualdad de condiciones con los privados. A partir de ahí, la libertad debería ser de los ciudadanos para elegir el medio de comunicación por el que desean recibir la información. Estoy convencido de que ante la oportunidad de poder elegir un licenciado, que se rige por un código deontológico aprobado por la inmensa mayoría de la profesión, sólo los idiotas escogerían un curandero que es capaz, por desconocimiento o por interés económico, de sacarte el apéndice por el lado equivocado.


José Antonio Pareja

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