lunes, 31 de marzo de 2014

Recuerdos de mi escuela (1922)




Me han propuesto que escriba algo sobre la enseñanza en Petrer a través del tiempo, tema en el que he intervenido durante más de 40 años y ciertamente, lo que más me cuesta es empezar y, después, el cómo hacerlo. Pienso que lo más difícil será decir las cosas que interesen, ya que, si escribiera todas las que vienen a mi mente, el relato sería demasiado extenso, aunque tampoco podrá ser breve.

 Voy a empezar dividiendo mi relato en dos etapas; una en la que fui alumno y la otra, en la que fui maestro. Para hacer este relato, que no pienso que sea riguroso en fechas ni en nombres, sólo me serviré de recuerdos, apuntalados, el época en que fui alumno, por tres fotografías.

 En la primera fotografía, que fue hecha en 1922, aparecen todos los alumnos que asistíamos a la única escuela de niños que había en Petrer regida por su maestro Don Francisco V. Climent Nalda.


 Esta escuela era la única oficial que existía y estaba situada en el mismo lugar donde está la biblioteca pública.(ahora museo arqueológico) Nos parecía un local imponente dividido en dos naves por unas arcadas. El primer local o nave, era el de mayor capacidad y allí estaban colocadas las mesas u bancos corridos de cuatro o más plazas, con asientos también corridos, que creo no tenían respaldo. Al final o borde superior del banco existía una ranura para colocar el palillo y la pluma, también había un agujero que señalaba el número de alumnos que se sentaban en la mesa, donde se colocaban tintero de loza o de cinc, que tantos disgustos nos dio por lo fácil que se derramaba sobre la mesa, manchando nuestros útiles de enseñanza y nuestros vestidos. La otra nave era más pequeña; recuerdo que he conocido atadas a las vigas del techo, dos enormes sogas que terminaban en anillas para hacer ejercicios de gimnasia. Nunca vi haciendo ejercicios de anillas aunque sí, en otra soga, también el mismo lugar, hacer ejercicios de ascensión.

 Las obras desaparecieron y este local se quedó exclusivamente, para el aprendizaje mecánico de la lectura ante carteles de sílabas, letras o palabras, entresacadas del Catón, primer libro de aprendizaje en aquel tiempo. En su mitad, esta nave tenía una puerta por la que se entraba al patio y a los servicio. Al fondo de esta nave había un ensanchamiento, que se le tomaba al patio, al que no le conocí ningún uso como no fuera el de aislar a los alumnos del resto de la clase en momentos determinados. Allí nos sentamos tres alumnos cuando, acabada la enseñanza primaria empezamos estudiar la segunda y magisterio, en tiempos de Don Manuel Caparrós.

 A la escuela entrábamos por una puertecilla que daba a la calle del cura, a la derecha de la puerta había una pileta con un grifo. En la pared de la derecha, que daba la plaza del ayuntamiento, se habrían tres o cuatro enormes ventanales quedaban luz suficiente a toda la escuela.

 Al frente y dominando toda la escuela, una tarima y sobre la tarima la mesa del maestro, a cuya espalda estaba colocado un crucifijo y franqueandolo dos carteles; uno de salutación y otro de despedida. Al entrar recitábamos el de la derecha y al salir el de la izquierda. Todavía recuerdo el de salida que comenzaba con estas palabras" os damos gracias, Sr., porque nos has asistido.....”

 En esta escuela que he intentado describir, pasaron su vida escolar decenas y decenas de generaciones de niños, quizás la mía fue de casi la última. Allí dejamos algo que no podremos encontrar porque fue destruido necesariamente. En cuanto al local frío en invierno, sin calefacción, con el agua de la pileta convertida en hielo; aguantamos el calor, el frío y nos dejamos la infancia, entre aquellas paredes, algo irreversible; pero entiendo que nos marcó para siempre. Todavía recordamos, muchos, que allí estuvo nuestra escuela.

 El maestro Don Francisco V Climent Nalga dejó en todos nosotros, un gratísimo recuerdo creo que llegamos a más. Teníamos un sentimiento de cariño hacia él en el que no cabía duda de ninguna clase. Nos siguió toda la vida. Yo, volví a encontrale y fue de un enorme regalo poderle dar, casi temblando, la mano, decirle que era un antiguo alumno suyo de Petrer y que también era maestro. Recordó a Petrer dónde había estado muy poco tiempo. No me recordó, como era natural. El encuentro ocurrió en Gandia el año 1937 osea quince años después de la fotografía; él era director y yo estaba en Gandia de soldado. No pude repetir el encuentro pese a tener lo fijado para el día siguente; aquel mismo día, partimos. Lo sentí mucho.

 Don Francisco tenía una pierna amputada por encima de la rodilla. Llevaba la muleta al lado de la pierna sana. Como maestro, apenas le recuerdo dando clase. Le recuerdo pasando ante nuestros bancos quizás eso explicando, quizás dictando, nada más. Una día, al pasar, la muleta le resbaló; pero antes de caer, un alumno le sostuvo. Nada más sobre Don Francisco, que Dios le bendiga donde esté.

 Mirando a la fotografía, recuerdo nuestra edad, entre los siete y los diez años, yo había cumplido recientemente, nueve años. Había quien tenía más edad, a los que no recuerdo en clase nunca, debían de ser los alumnos que asistían a la clase de adultos o a clase particular con Don Francisco.

 Sigo mirando la fotografía y recuerdo a los compañeros del colegio que, hoy, todos pasamos de 75 año, los que vivimos. Hay muchos, muchísimos huecos: unos se borraron del retrato sin salir de la infancia; otros, se han ido separando del retrato a través de los años y otros, quizás ya los menos, todavía vivimos. Unos y otros, unidos en la fotografía, compartimos el colegio, los juegos, las alegrías y, de vez en cuando, alguna que otra riña y, sobre todo, lo que nunca jamás recobraremos, volver a ser niño. Para unos y para todos, un recuerdo emocionado.

Juan José Navarro Beltrán (redactado en 1990)


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