Cuando me obligaron a leerlos repetía “no es útil
para nada”, solamente aportaban más
dudas a la ya convulsa vida cotidiana de un adolescente y no me aportaban
ninguna respuesta, o mejor, no encontraba respuestas. Pensaba que todos esos
pensadores vivían en las nubes, excéntricos apartados de la realidad.
Sin embargo, muchos, muchos años después,
encuentro en su lectura el facilitarme la capacidad de enfrentarme
inteligentemente con los problemas prácticos con los que me encuentro personal
y profesionalmente. Me enseñaron que un problema teórico se resuelve cuando se
conoce la respuesta (es lo que me pasaba, con mi limitada memoria, en
matemáticas y ciencias); en cambio los problemas prácticos no se resuelven
cuando se halla la solución, sino cuando la ponemos en práctica, que suele ser
lo más difícil, porque entran en juego ideas, creencias, intereses, miedos… (de
ahí creo me vino la atracción al mundo político).
Estoy en un proceso donde necesito, deseo…
conocer, explorar, hacerme preguntas, comprender lo que pasa, juzgar
adecuadamente… reflexionar críticamente. Desde esa posición tengo la
oportunidad de ver las relaciones y actividades humanas desde otra perspectiva.
Cada vez profundizo más en aprender a qué atenerme, orientarme entre tantas
ideas y propuestas, ejercer el pensamiento crítico para que les cueste más
engañarme, no dejarme manejar como una oveja y saber identificar a las personas
tóxicas en mi vida.
Los escritos –advierte Platón–, en lugar de hacer
sabios a los hombres, pueden llevarles al olvido de la sabiduría, producir en
ellos engañosamente la ilusión de creerse sabios cuando tan solo son, si acaso,
eruditos; y ello porque “no recordarán desde su interior, sino de un modo
externo”. Tanto Platón como Nietzsche son sumamente selectivos con su compañía,
este último afirma “¡Ah, qué tedio me infunden esos hombres sabihondos y
óptimos, esos cazadores que vuelven sombríos de la selva del conocimiento puro!
Tienen espinas, pero no veo en ellos ninguna rosa”.
“No hay que dejarse impresionar demasiado por la
experiencia de los libros si ello va en detrimento de la experiencia viviente:
la vida no es lo que está escrito en los tratados”. Y es verdad, comparto
totalmente en lo de que la experiencia de un vivir activo es insuplantable e
insustituible. Las teorías, los complejos conceptos que los libros
proporcionan, precisan, para ser justamente entendidos, estar influenciados por
la propia experiencia vital. A su vez, lo meditado, lo comprendido ante el
estímulo de los escritos, sirve para que el vivir sea más consciente, más
enriquecedor.
Con los escritos se puede dialogar, pero de una
manera limitada, ya que –como dice Platón– “si alguien les dirige la palabra
para aclarar su significado, seguirán expresando una sola cosa, y siempre la
misma”. No será, por lo tanto, sólo a través de los libros como podremos aspirar
a construir nuestra evolución personal, sino intentando realizar lo que enseña
aquella antigua sentencia lapidaria: “Primum vivere, deinde philosophare”
(primero vivir, después filosofar).
Hay que saber para saber actuar bien. Estoy
intentando vivir de una manera mucho más inteligente, a pesar de que el entorno
social actual, es más deprimente que impulsador “¡Qué difícil es no caer cuando
todo cae!” se quejaba Antonio Machado. Intento enriquecer mi cultura para
comportarme más inteligentemente; me supone un gran esfuerzo por la falta de
práctica. Sigo reforzando mis pilares personales que me aportan la estabilidad
necesaria.
He incluido en esta entrada del Blog, el fruto de
conversaciones con dos grandes Mecánicos de Sueños con los que comparto mucho más
que pensamientos; tanto Juan Rubio como Clemente Juan, como yo, estamos
convencidos de que la educación debe poner en práctica los pensamientos
filosóficos que nos muestran un camino que lleve conjuntamente a las futuras
sociedades la inteligencia y la emoción, de una forma comprometida y responsable,
justificada y legítima y, hablamos de la educación que va mucho más allá, la que tiene la facultad de definir al ser
humano: el lenguaje, las emociones, la convivencia, la conducta, la voluntad,
la libertad, la cultura…
Estoy convencido que la evolución hacia una nueva
sociedad, con nuevos valores y comportamientos, se conseguirá mucho más desde
el impulso a la educación que desde manifestaciones y barricadas.
Para ello, debemos de ser conscientes de dar un
paso más allá, no solamente dotando de medios y espacios educacionales
adaptados a esas nuevas metas; necesitamos de líneas de educación para nuestros
hijos, estables, con expectativas de futuro, adaptando y mejorando modelos
experimentados, incorporando sistemas, asignaturas, formas… que incentiven el
despertar intelectual de los más jóvenes y, excluyendo todo aquello caduco que
ha demostrado su nula aportación a la formación. También necesitamos de
profesionales comprometidos, en continuo proceso de adaptación a las
situaciones vivientes, emprendedoras, remuneradas justamente, con posibilidades
de desarrollar una carrera profesional plena que quieran hacer de su vida un
compromiso de prestación social, para mejorar un futuro que no debe ser tan
lejano.
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